Portada » Filosofía » Como demuestra San Agustín la existencia de Dios
Para Descartes el alma es inmortal y posee ideas innatas. En particular, posee, una idea de Dios como ser perfecto.
Para demostrar la existencia de este Dios, Descartes da tres pruebas: dos por el principio de causalidad; la tercera, que se denomina desde Kant el “argumento ontológico”, por el análisis de la idea de perfección.
El movimiento de las dos primeras pruebas es clásico: se parte de un ser contingente (que ha sido generado por otro) dado en la experiencia y se llega a Dios apoyándose en el principio de causalidad. Lo propio de Descartes es el punto de partida de sus pruebas. Mientras que en Santo Tomás es la experiencia sensible la que nos proporciona los datos evidentes, en Descartes el único punto de partida posible es el yo con sus ideas, pues ignoramos aún si existe otra cosa.
Las dos pruebas se distinguen sólo por un matiz. La primera parte de la existencia en mí de la idea del ser perfecto; la segunda tiene el punto de partida en mí, que tengo la idea del ser perfecto.
§ PRIMERA PRUEBA.
¿De dónde proviene esta idea? No puede proceder de mí porque en la causa debe haber por lo menos tanta realidad como en el efecto. Admitir que lo más perfecto provenga de lo menos perfecto, sería admitir que algo provenga de la nada, lo cual es absurdo. La causa de la idea de perfección no es otra que el mismo Ser perfecto.
§ SEGUNDA PRUEBA.
Por consiguiente, la poca perfección que poseo no proviene de mí, pues si fuera capaz de darme una perfección me habría dado todas las perfecciones que concibo. Dependo, pues, de una causa que posee por sí misma toda la perfección.
§ EL ARGUMENTO ONTOLÓGICO.
En el Discurso del Método parece hallado como por casualidad. En realidad, esta prueba es la que concuerda mejor con el sistema, pues las dos primeras son razonamientos, y podemos preguntarnos si Descartes tiene derecho de fiarse de ningún razonamiento en el momento en que los hace. El argumento ontológico, por el contrario, es como una sencilla prolongación de la intuición que ha dado la existencia del yo.
Su punto de aplicación es la existencia de un ser perfecto. De la misma manera que está comprendido en la idea de triángulo que la suma de sus ángulos es igual a dos rectos, así también esta comprendida en la idea de ser perfecto a su existencia, puesto que la existencia es la primera de las perfecciones.
El análisis de la idea de triángulo no permite afirmar la existencia de ningún triangulo, pero el análisis de la idea del ser perfecto obliga a afirmar que éste existe: negarlo sería una contradicción, el ser perfecto no sería perfecto.
Este argumento no es la primera vez que aparece en la historia. San Anselmo fue el primero en formularlo. Descartes coincide con él, en que la idea de Dios es una idea innata, que no es otra cosa, en el fondo, que una intuición confusa de la esencia divina.Desde esta perspectiva parece que el argumento es válido, puesto que consiste sólo en esclarecer un conocimiento que ya se tenía. No es una prueba, pero precisamente ésta no se necesita, puesto que se tiene ya una intuición. Por lo tanto, el argumento es válido si se da como el desarrollo de una idea, y no lo es si se presenta como análisis de un concepto. En cuanto a saber si tenemos una idea innata de Dios, es otra cuestión, y es de temer que la respuesta será negativa.
Debemos añadir, que Descartes, cuando analiza la naturaleza de este Dios, lo concibe como veraz. La verdad divina tiene una función considerable en la metafísica cartesiana.
Dios no puede engañar, pues el engaño proviene de algún defecto. De ello se sigue que la luz natural del espíritu es recta, no viciada, puesto que es creada por Dios.
Solo ahora queda definitivamente fundado el principio de evidencia: no es posible que me equivoque en las cosas que me parecen evidentes porque el error provendría de Dios. Desaparece y se corrige la hipótesis del genio maligno.
La veracidad de Dios garantiza, pues, el valor de las ideas claras y distintas: lo que concibo claramente es tal como me lo presento.
La demostración de la existencia de Dios es una pieza fundamental en la metafísica cartesiana. Dios es la realidad que permite superar mi subjetividad. Ahora ya sé que fuera de mi yo hay otra realidad, la sustancia perfecta, un ser que no puede permitir que mis ideas claras y distintas sean un engaño. Así, Descartes da un paso más: Dios se convierte en garantía del conocimiento. En Dios existen las grandes verdades eternamente establecidas por Él.