Portada » Geografía » Causas y consecuencias del éxodo
El éxodo rural se acelera, se trasvasa población del sector primario al secundario, y de las zonas rurales a regiones como País Vasco, Cataluña y Madrid. Contribuyeron a acelerar este proceso el ferrocarril, la dificultad para emigrar a América, las crisis agrarias,… Se frenó en los años 30 por las repercusiones de la crisis del 29, y posteriormente por la Guerra Civil y la posguerra. Hasta finales de los 50, con los planes de estabilización, no resurgíó el fenómeno.
El éxodo rural se hace masivo. Hay años en los que emigran casi medio millón de personas. Las comunidades más afectadas fueron las agrarias y con un alto crecimiento vegetativo, como las de Extremadura, Andalucía y Castilla la Mancha. Las migraciones tenían un carácter 2 definitivo. A veces el destino era la capital de la provincia, pero la mayoría era hacia Madrid, Barcelona, País Vasco, Valencia y Zaragoza. Más tarde, las zonas turísticas atrajeron mucha población: Baleares, Comunidad Valenciana, la Costa del Sol, Canarias… Sólo en los años sesenta más de cuatro millones de españoles cambiaron de residencia, la mayoría de ellos a una provincia distinta de la de origen. Durante esta fase, enmarcada en la etapa del desarrollismo, el gran crecimiento demográfico y la mecanización del campo produce numerosos excedentes de mano de obra, que emigra a las ciudades atraída por una industria en expansión, con mayores salarios y unas expectativas de mejores condiciones de vida. A ello se añade como foco de atracción el boom del turismo que genera abundantes puestos de trabajo en los servicios y la construcción. Las consecuencias de este éxodo rural masivo se aprecian tanto en el espacio urbano como en el rural: La principal consecuencia del éxodo rural es el desequilibrio que se produce en la distribución de la población española, vaciando el interior (“desierto central”) y congestionando la periferia y Madrid. Al mismo tiempo, se inicia el fenómeno de la despoblación rural. La despoblación ha llegado al extremo de provocar el abandono de pueblos enteros, y ha supuesto la disminución de los servicios básicos (escuela, sanidad…) en determinadas poblaciones, lo que retroalimenta la emigración y el abandono de las zonas rurales. Los movimientos migratorios influyen además en la estructura y en la dinámica natural de la población. La emigración se hizo de una forma selectiva: afectó sobre todo a los jóvenes y a las mujeres. El resultado fue el envejecimiento y la masculinización de la población de las regiones emisoras de emigrantes. Ambas consecuencias supusieron a su vez la reducción de las tasas de natalidad y el aumento de las de mortalidad y, por tanto, un menor crecimiento vegetativo, en muchos casos negativo. Por el contrario, las zonas receptoras de inmigrantes ven incrementar su población con personas jóvenes en edad de procrear, por lo que presentan tasas de natalidad más elevadas. Con este éxodo rural, la sociedad española se urbanizó definitivamente, dando lugar a la gran expansión de las ciudades españolas, especialmente de Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia… En muchas ocasiones este rápido crecimiento originó importantes problemas urbanísticos y de dotaciones (masificación, chabolismo, barrios marginales, carencia de escuelas, hospitales..). En el plano social, el éxodo rural trajo consigo importantes problemas de adaptación a la nueva forma de vida urbana de costumbres distintas a las de las sociedades rurales tradicionales. El desarraigo tanto de los que se van como de los que se quedan no se resuelve hasta la segunda generación
La problemática migratoria actual presenta una consideración radicalmente distinta según se trate de inmigrantes de los países desarrollados o de los países subdesarrollados. Los inmigrantes de U.E. Están constituidos sobre todo por jubilados, que demográficamente aportan poco, o por profesionales de empresas principalmente multinacionales, que laboralmente, representan una competencia para los profesionales españoles de su misma rama de actividad. Sin embargo, socialmente no crean ningún problema, en cuanto que no provocan ningún rechazo de signo xenófobo entre la población. El problema se plantea sobre todo con los diversos grupos de inmigrantes procedentes de los países subdesarrollados, a pesar de sus aportaciones al crecimiento económico y demográfico del país. Las actitudes de rechazo son fáciles de fomentar cuando se alude a prejuicios culturales, a la competencia laboral o a la inseguridad. Estas circunstancias hacen que los inmigrantes tengan dificultades de acogida e integración. En relación con el trabajo, es muy frecuente asociar inmigración a desempleo de la población local. Sin embargo, los índices de paro de la época de crecimiento económico indican que la afluencia de extranjeros no ha influido negativamente en el empleo. Asimismo son los primeros afectados por el deterioro del mercado laboral. Por otro lado, los trabajos que realizan los inmigrantes son aquellos no cubiertos satisfactoriamente por los españoles, por su dureza o por su escaso salario: trabajos mineros, agrarios eventuales, peonaje de la construcción, camareros muy marginales u ocasionales, asistencia a ancianos, etc. En el terreno social da la impresión de que en España no existen brotes de racismo, entre otras razones porque apenas existen grupos social o políticamente representativos y activos que lo estimulen y por la propia modernización española de los últimos tiempos, aunque lo que sí existe es mucho clasismo: se rechaza o, al menos, se desconfía del inmigrante pobre. El riesgo de la xenofobia se puede exacerbar en momentos de crisis económicas, en los que, al aumentar el paro, se ve al inmigrante como un competidor indeseable. Esto es especialmente significativo entre los sectores sociales españoles más modestos, que se sienten más perjudicados al competir con los inmigrantes en ayudas sociales, vivienda, instituciones educativas… Esta serie de hechos provoca reacciones xenófobas hacia los inmigrantes como si ellos fueran el problema, pese a ser parte de los perjudicados, dando lugar a 8 conflictos sociales más o menos graves, cuyos chispazos se vienen manifestando periódicamente, aunque en puntos aislados. Para evitar estas tensiones, los países desarrollados imponen políticas inmigratorias muy restrictivas (Ley de Extranjería), que dificultan la llegada libre de extranjeros, y han traído como consecuencia el fuerte aumento de los inmigrantes ilegales, atrapados en las redes mafiosas de contrabando humano. Asimismo, la Uníón Europea ha aprobado (2008) el Pacto Europeo de Inmigración para regular la política común relacionada con la inmigración y frenar la inmigración desordenada. Este Pacto propone condicionar la entrada a personas con permiso de trabajo y potenciar las políticas de retorno a los países de origen de los inmigrantes ilegales. Sin embargo, la presión migratoria sólo se podrá frenar con el desarrollo de los países pobres