Portada » Filosofía » 3 sustancias de descartes
Descartes se propone construir una nueva filosofía plenamente segura y universal, tras percatarse de la falibilidad y parcialidad de los sistemas filosóficos antiguos. Quiere un sistema filosófico que, una vez asentado sobre bases firmes, en el futuro no pueda sino avanzar, nunca retroceder o derrumbarse, como ha sido habitual en la historia del pensamiento. A semejanza de las matemáticas, esa filosofía eterna que él iniciaría, no estaría basada en creencias o en costumbres particulares, sino en la claridad universal de la razón, en la cual, ante una disputa cualquiera sólo hay que sentarse y razonar para llegar a una solución. Este sueño de una razón universal y única es el sueño moderno de la razón, que se inicia con Descartes y culmina con la Ilustración, en el siglo siguiente. Para afrontar semejante propósito, Descartes se propone usar el método más seguro por él conocido: el método axiomático usado por las matemáticas, que parte de un axioma y desde él deduce otras ideas (teoremas) usando escrupulosamente las leyes de la lógica. A diferencia de las ciencias exactas, en su filosofía el axioma no podrá ser cualquiera, sino una idea autoevidente para la propia mente, absolutamente cierta e indudable, una base firme en la que asentar una construcción duradera. Para encontrar ese axioma o punto de partida indudable y evidente, Descartes propone el sencillo método de la duda, es decir, dudar de todas las ideas hasta que encontremos alguna absolutamente indudable, y desde ella desarrollaremos el edificio seguro de la filosofía universal. En su duda metódica, Descartes duda en primer lugar de todos los datos de los sentidos, pues bien sabemos todos que alguna vez nos han engañado (“y no es prudente fiarse de quien alguna vez te engaña”), de manera que lo más prudente es dejar entre paréntesis todo lo que ellos nos muestran, no porque sepamos que es siempre falso, sino porque fundadamente podemos sospechar de su veracidad total. Una vez eliminada la principal fuente de información que tiene el ser humano, Descartes se plantea que su mente no puede diferenciar el sueño de la vigilia, pues a ella le aparecen siempre como reales los contenidos que en cada momento se le presentan, ya sea dormido o despierto. A pesar de no poder discriminarlos, parece que en ambos estados la mente de cada uno respeta siempre las verdades matemáticas, de manera que no podemos soñar con un triángulo que no cumpla el teorema de Pitágoras, y por esa razón podrían ser las verdades matemáticas el axioma buscado, si no fuera porque Descartes plantea la hipótesis del genio maligno: “¿Y si existiera un ser lo suficientemente poderoso como para hacerme creer que estoy en lo cierto cuando me engaño?”. No afirma Descartes que exista una divinidad engañadora, pero sí plantea que el axioma del que parta una filosofía segura debe ser tan indudable que ni siquiera ese ser, caso de existir, podría hacernos dudar de su certeza. Y aquí encuentra Descartes el axioma buscado, que es la propia existencia de la conciencia mientras se piensa: “pienso, luego existo” es su formulación, y significa que para cada uno lo más indudable es la propia existencia como cosa que
piensa (res cogitans), de manera que la filosofía segura buscada debería partir, en cada uno, de la existencia de cada uno, y deducir el resto de verdades de ese axioma, teniéndolo a la vez a él como modelo de certeza. Para no caer en el problema filosófico del solipsismo (incapacidad de demostrar la existencia de otros seres aparte de uno mismo), Descartes busca dentro de los contenidos mentales de su propia conciencia alguna otra verdad indudable, y tras desechar todas aquellas ideas provenientes de un mundo exterior (ideas adventicias) debido a la sospecha que aún recae en los sentidos, y por la misma razón todas las ideas formadas en nuestra propia imaginación combinando las anteriores (ideas facticias), nuestro autor finalmente se fija en la idea innata de Dios, acerca de la cual pretende demostrar que se corresponde con un Ser real aparte de la propia res cogitans. Para demostrar la existencia de Dios a partir de su idea en nuestra mente, acude al argumento ontológico de San Anselmo, que plantea que, al ser la definición de Dios la de un ser que posee todas las perfecciones, y al ser la existencia una de esas perfecciones, necesariamente Dios debe tener la existencia, pues estaría exigida de esta manera por su propia esencia, expresada en la idea. Además, formula Descartes el argumento de la perfección, que afirma que cada uno de nosotros nunca podría ser consciente de su propia imperfección, como de hecho lo somos, si no existiera en nosotros la referencia a un modelo de perfección supremo (Dios) que de ninguna manera puede provenir de nosotros mismos, y cuya única fuente puede ser ese Ser supremo. Tras estos argumentos, Descartes considera superado el solipsismo, y su filosofía consta de dos sustancias: la propia conciencia o res cogitans, y Dios o res infinita, la segunda deducida de la primera, que es autoevidente e indudable. Para acabar el universo cartesiano, es necesario admitir de alguna manera la existencia del mundo material, y para ello Descartes continúa con su camino argumentativo, propio del fundador del racionalismo moderno, en lugar de confiar en los sentidos, pues afirma que la materia o res extensa que percibimos ciertamente debe de existir, pues el Dios que hemos demostrado, al ser bueno, jamás iba a permitir que en cada momento nos engañáramos cuando la percibimos continuamente. Si el atributo de la res cogitans era el pensamiento y el de la res extensa la perfección, el atributo de la res extensa será la determinación estricta por leyes. El planteamiento de la física determinista cartesiana está así hecho, así como abierta la polémica sobre cómo puede ser posible que en el ser humano se comuniquen dos sustancias de naturaleza diferente: el cuerpo material y el alma pensante. Para solucionar ese problema de la comunicación de las sustancias derivado del radical dualismo del que parte, Descartes imaginó la existencia de la glándula pineal, el ficticio lugar de encuentro entre el alma y el cuerpo.