Portada » Historia » Que territorios pertenecieron al imperio carolingio
En el Reparto de Verdun (843) el Imperio Carolingio quedaba dividido en tres partes:
1 – La Francia Occidental, fue entregada a Carlos “El Calvo”. Una vez que toma el poder, tuvo que hacer frente a numerosos conflictos externos, como las incursiones de los Escandinavos y Bretones, e internos, como las sublevaciones que se producen en Aquitania, e incluso, tuvo que poner fin a una revuelta dirigida por su propio hijo Carlos “el Niño”. Su mayor éxito fue conseguir en el año 875 el título de emperador haciéndose proclamar rey de Italia por la Asamblea de los Grandes. Para mantener el poder, y finalizar con los peligros externos e internos, otorgó importantes concesiones a la aristocracia, incrementando las donaciones para afianzar y consolidar la fidelidad de sus vasallos. No obstante, esta política resultó fatal, pues la mayoría de estos aristócratas demostraron su indocilidad, y de esta manera, condes y vasallos del rey construyeron fortificaciones sin su autorización, y al mismo tiempo, ejercieron en estos territorios poderes jurisdiccionales, acuñaron moneda, y finalmente, hacen hereditarios sus cargos y concesiones.
Tras su muerte, el poder real se debilitó de tal manera, que la monarquía se hizo electiva, pasando a manos de la nobleza laica y eclesiástica. En el año 884, los grandes del reino, tras apartar del trono a los descendientes de Carlos “el Calvo”, otorgan la corona de la Francia Occidental al emperador y rey de Germania Carlos el “Gordo”. No obstante esta transmisión fue efímera, ya que Carlos el “Gordo” abdicaría y la corona pasó a Eudes (hijo de Roberto el “Fuerte”). Así, durante el siglo X se alternaron en el trono carolingios y robertinos, todos ellos fueron monarcas muy débiles que no disponían de propiedades y riquezas, debido a las innumerables concesiones de tierras que tuvieron que realizar, y por tanto no ejercieron ninguna autoridad. En el año 987, se impuso la línea robertina al ser proclamado rey Hugo Capeto, gracias a las presiones del Imperio. Este monarca consiguió recuperar e imponer el derecho de sucesión en el trono en la figura del primogénito. Con ello se recuperaba la monarquía hereditaria, sin embargo, su poder fue débil, debido a que tan sólo controlaba un pequeño territorio, y sobre todo, por el carácter feudal que había adquirido su reino.
2 – La Francia Oriental, o Germania había sido entregada a Luis el “Germánico”. De forma similar a como ocurrió en los otros dos reinos, aquí también se formaron Principados Territoriales, son los llamados Ducados, territorios muy independientes con respecto al poder real. El papel preponderante de estos Ducados fue determinante cuando en el año 911 muere Luis el “Niño”, último descendiente de Luis el “Germánico”, por lo que el trono fue entregado por la nobleza alemana al Duque Conrado de Franconia.
Este nuevo monarca no consiguió frenar el avance de los Húngaros, ni tampoco reducir el poder y la independencia de los Duques que lo habían elegido. Cuando muere sube al trono el Duque más poderoso del momento, Enrique el “Pajarero” Duque de Sajonia. Éste, observando el fracaso político de su antecesor, empezó a practicar una política de sometimiento de los Ducados bajo la autoridad real. Esta labor fue continuada por su hijo Otón I, este monarca logró someter a los Duques e incluso los convirtió en representantes del rey.
3 – La Francia Media, había sido otorgada a Lotario pues se concebía como el corazón del Imperio. Al morir en el 855, el reino fue dividido entre sus hijos Luis II, que recibió Italia, Provenza y Borgoña y Lotario que recibe la Lotaringia. En esta última, los herederos de Lotario murieron sin descendencia, por lo que este territorio fue repartido entre los monarcas de la Francia Oriental y Occidental.
Por su parte Luis II agotó todos sus recursos en luchar contra los musulmanes, por lo que no pudo evitar el ascenso de la aristocracia, hasta el punto, que los condes escaparon del control real y crearon las bases de los Principados Territoriales. Cuando muere Luis II, el reino de Italia se lo disputaron varios pretendientes. En primer lugar el Papa, que creía que podía disponer de la corona de Italia, la cual iba unida al título de Emperador, y según este criterio se la entregó al rey de la Francia Occidental Carlos el “Gordo”. Pero la intervención de la aristocracia determinó que la corona de Italia pasara a ser electiva. Esta situación se mantuvo hasta que intervino Otón I, coronándose rey de Italia y después en el 962 se coronó Emperador en Roma con el beneplácito del Papa Juan XII.
Con ello el reino de Italia volvía a integrarse en el imperio.
El Reparto de Verdun supuso una armonía relativa, pero pronto volverían los enfrentamientos que dieron lugar a pequeñas reunificaciones. El título imperial pasó siempre a las manos del más poderoso.
Tanto los reyes como los emperadores perdieron su poder, siendo incapaces de confiscar los feudos y los patrimonios que habían concedido a sus vasallos, aunque se rompiera el juramento de fidelidad. Ante esta evidente debilidad de los reyes y emperadores, los señores actuaron siempre con plena libertad.
Esta debilidad regia se hizo patente en época de Carlos el Calvo, quien tuvo que comprometerse a no tocar los bienes de la Iglesia y a no tratar de recuperar arbitrariamente los beneficios y patrimonios concedidos a sus vasallos. En el 877, este rey tuvo que reconocer que los cargos y beneficios son hereditarios, lo que significaba ratificar la limitación del derecho del rey a disponer de los feudos reales, y que los señores podían actuar libremente, ante la falta de fuerza de los monarcas. Gobierno y recursos escapan de sus manos. En esta situación y ante las continuas incursiones de los escandinavos y sarracenos, Carlos el Calvo se vio obligado a crear grandes distritos militares, reuniendo varios condados en manos de un solo señor, lo que facilita las tendencias independentistas de éste.
En esta dinámica de crisis generalizada, los títulos de rey y de emperador carecen prácticamente de valor, y aunque siguen existiendo, no tienen poder. De esta manera, ambos monarcas, no dejan de ser uno más de los miembros de las Alta Nobleza que luchan entre sí para controlar el poder. Los que realmente ostentan el poder son los propietarios de los Principados Territoriales, que ya se han convertido en la unidad política de la época. Se definen como la propiedad de un príncipe, generalmente un funcionario o miembro de la administración carolingia (Conde, Duque, Marchio), que estaban formadas por sus posesiones personales y las que recibió en Honor y beneficio al detentar el cargo administrativo, todas ellas agrupadas en una región o territorio determinado.
En estos territorios el rey no puede intervenir directamente, y cuando lo hace, es a través del príncipe, que es el que ejerce todos los poderes del rey en su territorio, siempre en su propio beneficio. A pesar de que este príncipe presta juramento de fidelidad al monarca, gobierna con total independencia. Así, se creaba una dinastía, que utilizaba un particularismo tradicional y local como la lengua, el dialecto, la civilización o el tribalismo subsistente. Este fenómeno, anárquico y descentralizado, intentaba crear un orden a partir de conjuntos más homogéneos y defendibles que los reinos.
En el fondo, los principados territoriales en los que se atomizó el Imperio Carolingio durante los siglos IX y X, son una resurgencia de los que se habían consolidado a finales de la época merovingia, y que Carlomagno había conseguido reunificar. Bretaña es un ejemplo de esto, ya que realmente nunca había sido conquistada, aunque tras una interminable guerra de guerrillas había aceptado finalmente la presencia de un funcionario franco: Nominoé. Éste aprovechó el reparto de Verdun para declararse independiente; después derrotó a Carlos el Calvo y creó una jerarquía eclesiástica independiente del resto del reino. A finales del siglo IX su nieto se intitulaba rey de Bretaña. Otro ejemplo es el de Aquitania,que había empezado a separarse en 833, cuando los nobles eligieron como rey al nieto de Luís el Piadoso Pipino II, comenzando una larga guerra contra Carlos el Calvo. En Borgoña y Provenza, el conde Bosón se proclama rey en 879.
A finales del siglo X el antiguo reino de los Francos se encuentra dividido en más de 50 unidades políticas, y de entre todas ellas, seis tienen un gobierno totalmente autónomo, el ejercido por los Condes y Duques de Flandes, Normandía, Francia, Borgoña, Aquitania y Tolouse, los cuales hegemonizan y controlan a los demás.
Con el objetivo de fortalecer más aún su poder, estos nobles atraen a otros nobles de segunda fila, otorgándoles donaciones de tierras a cambio del juramento de fidelidad. Pero si los grandes nobles escapan a la obediencia regia o imperial, estos pequeños nobles pronto escaparan también al control de los primeros; y ello debido a que, quien realmente ostenta el poder es aquel que posee la tierra. A principios del siglo XI Francia se ha convertido en un mosaico de pequeños poderes locales muy jerarquizado y fortificado.
En Italia se produce esta fragmentación. En Italia la llanura lombarda se divide en principados laicos y eclesiásticos, los obispos se adueñan de las ciudades y construyen castillos, actuando de la misma manera que lo hacen los nobles laicos. Por su parte, en Germania la división -en ducados, como hemos visto- es menor, y se produce en función de los particularismos regionales y étnicos. La Europa Carolingia se divide mientras desaparece la vieja dinastía.
Las tierras más orientales del Imperio Carolingio eran en su mayor parte conquistas recientes, por lo que en ellas, la estructura administrativa carolingia era aún débil, y los condes carolingios no había podido consolidar un control sólido. Franconia y Lorena debían parecerse bastante a la Francia Occidental, pero en Baviera, Turingia, Suabia y Sajonia, todavía existían un campesinado alodial libre y una nobleza de clanes federados de raíz tribal, que todavía no estaba inmersa en una red de vasallaje. Con el colapso de la dinastía carolingia, en Germania se produjo un “vacío político” que permitió la aparición de “troncos ducales”, con fuertes caracteres tribales, que procuraron establecer su control sobre las cinco regiones del país: Baviera, Turingia, Suabia, Franconia y Sajonia, y que actuaban con independencia.
Con el fin de organizar la resistencia frente a las invasiones llevadas a cabo por los Magiares (húngaros) a inicios del siglo X, los duques escogieron un monarca formal: el Duque de Sajonia Enrique el “Pajarero” instaurándose la dinastía OTÓNIDA.
Otón I logra consolidar el poder e incrementar más aún sus posesiones gracias a la expansión territorial, se anexionó los territorios Eslavos. Frenó las incursiones de los Magiares, y aprovechó los conflictos para someter al resto de los duques hasta convertirlos en vasallos o en representantes del rey. Estas actuaciones frente a los Duques, dieron lugar a que los territorios que estos controlaban perdieran el carácter de Naciones, y se convirtieran en Ducados Territoriales. De esta manera, al convertirse sus dueños en vasallos regios, el rey se reservaba el derecho de otorgar estos territorios a aquellas personas que consideraba más oportunas. Con ello hizo desaparecer las dinastías ducales, ya que al convertirse los Duques en agentes del rey, vinculados a él a través del juramento de fidelidad, serán nombrados y destituidos por el propio monarca. El rey se reservó el derecho de investir a los altos cargos religiosos dentro de cada Ducado, en ellos fortaleció el poder de los obispos.
Otón I se hizo coronar en Roma como Emperador. Pronto surge la rivalidad entre ambos, lo que llevó a Otón I a deponerlo y a nombrar un nuevo Papa, León VIII, obligándolo a reconocer el derecho imperial de aprobar o revocar las elecciones papales.
La restauración imperial fue continuada por Otón II, que al mismo tiempo consolidó su posición en Italia al casarse con la princesa bizantina Teófano. Su sucesor, Otón III, creía firmemente en la dignidad del título imperial y en su dimensión espiritual y religiosa. Nombró como pontífice a un hombre afín a su pensamiento político, Silvestre II, y ambos programaron la restauración de un Imperio que concebían como un Estado Federado de pueblos cristianos, en el cual el reino de Germania no tenía ninguna hegemonía. Esta situación explica el gran interés por difundir el cristianismo entre los Eslavos y Húngaros. Roma quedó convertida en capital del imperio y el soberano fijó su residencia en el Aventino, creando una corte a imitación de la bizantina. Su intromisión en los asuntos italianos provocó una rebelión contra él y el emperador tuvo que huir a Rávena. De allí regresó a Alemania, donde murió un año después.