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CAMPOS DE SORIA (VIl)
El poema podría considerarse fruto de uno de tantos paseos del poeta en las tardes de Soria; desde una de las dos colinas que flanquean la ciudad (la del Castillo, la del Mirón), los ojos de Machado recorren el panorama. El contenido del texto ofrece un doble aspecto: por una parte, unas notas de paisaje en las que domina lo áspero, lo duro; por otra, los sentimientos del poeta, tristeza y amor estrechamente unidos. La estructura interna del fragmento refleja ese doble aspecto del contenido: al comienzo, parece una pura presentación de los rasgos paisajísticos; en el verso
9, aparece el «yo» del autor, con su carga de emociones. Con todo, veremos que tampoco los primeros versos están libres de tintes subjetivos. La forma métrica es una de las preferidas por Machado: una silva asonantada (heptasílabos y endecasílabos combinados con soltura y con asonancia, e-a, en los versos pares). Se trata de una forma sencilla en la que Machado moldea con seguridad un lenguaje nítido, situando las palabras y los miembros de frase con indudable eficacia visual y emotiva.
Antes de hacer el análisis verso a verso, hagamos unas observaciones importantes. Nótese, en primer lugar, el tono exclamativo que domina todo el texto, rasgo que -por sí sólo-ya es índice de la intensa emoción con que el poeta mira el paisaje. En segundo lugar, se observará que sólo hay, dos verbos principales en el fragmento (siento y vais): estamos ante un buen ejemplo del llamado «estilo nominal”; el predominio de nombres y adjetivos revela que nos hallamos ante una pintura atenta a rasgos esenciales del paisaje. Ambas observaciones confirman lo dicho sobre el contenido del texto y la actitud del autor: desde su personal sensibilidad, Machado nos da una interpretación de la esencia de la tierra soriana. He aquí el primer ajuste entre expresión y contenido. Los primeros versos son una larga enumeración de aspectos del paisaje. Se diría que el poeta se limita a «señalar», con objetiva precisión, lo que se ve alrededor: Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas… Sin embargo, es más una invocación que una simple enumeración (se trata de vocativos). Una invocación cargada ya de emoción y de sentido. Los sustantivos presentan un relieve de dureza creciente (colinas, alcores, roquedas). Los adjetivos, que acompañan a cada nombre, añaden unas notas de colorido: el brillo metálico de los páramos (plateadas) se apaga con grises o adquiere tintes de ocaso (cárdenas). También la sonoridad se ha ido haciendo más dura en esos dos primeros versos. La oración de relativo (un adjetivo más) nos trae una imagen que Machado utiliza en varios poemas: por donde traza el Duero -su curva de ballesta -en torno a Soria. La curva del río motiva una metáfora de resonancias guerreras (nueva nota de dureza), que el encabalgamiento pone de relieve al dejarla en un verso corto. Continúa la enumeración: oscuros encimares, ariscos pedregales, calvas sierras… De nuevo insisten los sustantivos en lo seco y lo áspero del paisaje.CREPUSCULO En este caso se trata de una composición de 6 versos, los cinco primeros endecasílabos (el v. 5 contiene una dialefa) y heptasílabo el último, de rima asonante en los pares (-e-a), quedando libres los impares. Una vez más, Machado usa la silva asonantada aunque en este caso lo hace en un poema breve, casi sentencioso. Vuelve a predominar el estilo nominal, muy marcado por los neologismos (ascuas, crepúsculo, marmórea), con amplio despliegue del adjetivo. Hace un uso muy particular del adjetivo, muy cercano al Modernismo literario en el verso quinto. Los recursos literarios presentan abundantes metáforas, hipérbaton y epítetos. El encabalgamiento hace su presencia en los dos últimos versos. El simbolismo aparece en este poema a través de los siguientes elementos que apuntan al tema de la muerte: Detrás del negro cipresal: cementerio = muerte. Ascuas de un crepúsculo morado: atardecer = paso del tiempo = muerte Agua muerta reposada = muerte La escenografía escogida es decadentista por los elementos que la componen, dando al poema un tono mortuorio claro. En definitiva, se trata de un poema interiorista que se acerca al estado de ánimo del poeta y que se expresa a través de una naturaleza estática y mortuoria. Expresa un claro influjo del Romanticismo literario, en especial de un autor muy leído por Machado, Gustavo Adolfo Bécquer. También nos hallamos ante un cuadrito pesimista de tono muy rubeniano (Rubén Darío). Hay que apreciar los contrastes de color en los primeros versos (negro y morado) y el simbolismo conferido a una estatua rodeada de un “agua muerta” que tiene poco que ver con el agua que fluye de otros poemas presentes en su obra de Soledades.
Primero, los encinares, vegetación humilde. (En efecto, como puede verse en el poema «Las encinas», estos árboles son, para Machado, «humildad», la «nota arisca», representativa de la «adustez castellana»). Luego, pedregales. (antes «roquedas») y sierras (antes «colinas» y «alcores»). Y los epítetos refuerzan el valor de los sustantivos, suprimiendo incluso cualquier posible halago sensorial: oscuros, ariscos, calvas. En el verso siguiente -caminos blancos y álamos del rio-, el adjetivo blancos nos hace imaginar humildes caminos polvorientos. Y la única nota amena del paisaje, los álamos del rio, aparece sintomáticamente desprovista del epíteto que podría haber realzado su verdor. (Machado, sin embargo, dedicará a esos álamos la parte VIII de la serie «Campos de Soria»). Hasta aquí, podríamos decir que la mirada de Machado es tan adusta como el paisaje. Su lengua poética -y esto es importante-parece someter la realidad a una depuración ascética que elimina o rebaja los aspectos sonrientes para fijarse en lo más duro. Ello es síntoma de una voluntad de selección en la que habrá que insistir .La enumeración se cierra con el verso 8: tardes de Soria, mística y guerrera. Los dos adjetivos están especialmente llenos de sugerencias. Pueden hacernos pensar en el pasado de Castilla, permanente motivo de meditación para Machado: Castilla fue tierra de místicos y de guerreros. Pero esos adjetivos también se armonizan, diríamos, con el «alma» del paisaje que se nos ha ofrecido. Comentaba Unamuno que la naturaleza, en Castilla, «nos desase más bien del pobre suelo, envolviéndonos en el cielo puro…». De ahí, mística. En cuanto a guerrera, ¿no encaja perfectamente con esa insistente dureza que hemos ido viendo en la elección del vocabulario? Recordemos que ya en el verso 4 -curva de ballesta-había connotaciones «guerreras”. Así pues, los dos adjetivos comentados resultan un definitivo remate de la visión: todas las sugerencias anteriores parecen confluir en esas dos palabras. Tras ellas, se abrirá paso la expresión directa del sentimiento de Machado. Hoy siento por, vosotros, en el fondo del corazón, tristeza… Pasamos, como habíamos dicho, al «yo» y a la emoción, emoción que se vierte en una expresión entrecortada (comas, incisos, reiteraciones). El inciso en el fondo /del corazón -que interrumpe el fluir de la frase-queda, a su vez, partido en dos por el encabalgamiento, y así quedan puestas de relieve las palabras que recogen la hondura del sentimiento (fondo, corazón). También se destaca la palabra tristeza, por quedar aislada entre la pausa interior y el final del verso. Pero, además, tristeza se repite al principio del verso siguiente: tristeza que es amor. Se unen aquí, en fin, esas dos palabras que definen la actitud de Machado frente a las tierras de Soria: un dolorido amor, una amorosa tristeza. La emotividad crece en una nueva exclamación: ¡Campos de Soria donde parece que las rocas sueñan…! He aquí algo curioso: el paisaje parece humanizarse, ponerse a soñar. Y es que Machado, de carácter soñador, proyecta a menudo en la naturaleza esa condición suya. (En otros poemas, «el campo sueña»; el agua del Duero «corre y pasa y sueña»; los álamos del río son «verde sueño del suelo gris y de la parda tierra»; Castilla toda no se sabe si «espera, duerme o sueña»). El paisaje, en suma, adquiere cualidades que revelan una curiosa vecindad con la sensibilidad de Machado: un rasgo más de su amorosa comunión con Castilla. Y esa comunión estalla en el vehemente final de la exclamación, en un verso que también queda entrecortado: ¡…conmigo vais! …(personificación) Machado va a marcharse con los campos de Soria dentro del alma. Y el final del poema, en una reiteración de las palabras iniciales, es como un volver la vista atrás, hacia el paisaje querido, como para llevárselo bien grabado en los ojos y en el corazón: ¡Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas!… Puntos suspensivos; podríamos volver a empezar. Ahí está toda la emoción de la despedida, todo el amor a una tierra que el poeta se resiste a dejar.