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TEMA 1: LOS ENFOQUES CONTEMPORÁNEOS SOBRE CASTILLA Y LO CASTELLANO. EL NACIMIENTO DEL REGIONALISMO.
Este tema se sitúa entre los últimos años del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. Una nota característica de la historia castellano–
Leonesa es el nacimiento de un claro sentimiento regionalista. Podemos remontar esta coyuntura al siglo XIX, momento en el que ya empieza a constatarse – mediante la implantación de quejas – cuál era la realidad castellana visualizada por sus intelectuales. Muchas de estas quejas arremetían contra la situación económica de Castilla, principalmente basada en el ámbito cerealista. Es así como nace el sentimiento castellano, algo que irá potenciándose con el paso del tiempo.
Este sentir regionalista comenzará a estar más presente desde el punto de vista cultural en el siglo XX, bien mediante la elaboración de manifiestos, bien utilizando la vía de las diputaciones provinciales. Se convocarán periódicamente reuniones para canalizar las quejas y las reivindicaciones con respecto a las diferencias de otras regiones. Además de las nueve provincias castellano-leonesas, se solía sumar a las reuniones la provincia de Santander, ya que también tuvo una situación muy problemática. Aunque nominalmente también se incluye a Logroño, en la realidad va a estar ausente en estas reuniones.
En dichas reuniones se regularán proyectos regionalistas, que serán los remotos antecedentes del actual estatuto de autonomía. A raíz del desastre de 98, y en buena medida bajo la influencia del REGENERACIONISMO, se crearán corrientes de pensamiento encaminadas a buscar soluciones para la crisis existente. Algunos de los regeneracionistas más famosos, tales como Joaquín Costa, Macías Picavea y Julio Senador Gómez, empezaron a extender entre las provincias cierto sentimiento castellanista y localista, tomando como vehículo de expresión la prensa, los juegos florales… todo ello con el único objetivo de reivindicar el castellanismo. También habrá círculos, ateneos, y asociaciones con estructuras más regionales como la Sociedad Vallisoletana de Excursiones, que incluía a las diferentes provincias castellanas (con sede en las mismas). En definitiva se pretendía fomentar el conocimiento de las ciudades, de los paisajes, del arte… es decir, exaltar el amor por lo castellano. Otra fuente de alimentación fue la visión dramática que los miembros de la Generación del 98 dieron de Castilla, exaltando sus paisajes, algo que también harán posteriormente los autores de la Generación del 14 (efectos que tiene en España la Guerra de 1914; el pensamiento que los intelectuales tenían de ésta).
En resumen, a finales del siglo XIX surgió el sentimiento castellano, y aparejado a ello una problemática hasta entonces inexistente: el papel que juega Castilla para España. Es así como los intelectuales del primer tercio del siglo XX, preocupados obsesivamente por el problema nacional (el atraso, las soluciones…), adelantaron una serie de juicios sobre el papel de esta región en la historia de España.
“…Castilla hizo España y la deshizo…”
“…Castilla hizo España y España deshizo a Castilla…”
En los discursos de toda esta etapa se ha tomado a esta Castilla reducida como la creadora de España o como la opresora de los demás pueblos, y se ha equiparado también el carácter castellano viejo con el carácter español. Un dato común entre estos intelectuales es que Castilla había hecho España, que la había unificado.
“…Castilla era la verdadera forjadora de la unidad política española…”.
A su vez se crea en 1907 un organismo de especial importancia, el Centro de Estudios Históricos, que seleccionaba a jóvenes universitarios para que puedan estudiar en territorios extranjeros, para mejorar el nivel de la Universidad Española, sobretodo de los estudios humanísticos, y por tanto en los de Historia.
En el fondo de todos estos intelectuales late una especial preocupación por la suerte de Castilla y por su presentación como eje articulador de la nación española, para superar su problema de identidad. Se consideraba que lo que pasaba en España era el reflejo de lo que pasaba en Castilla, por ello el problema debía solucionarse primeramente en este territorio. Por supuesto el ámbito no sólo presentaba el territorio actual, sino que era más amplio. Su particularismo sería un antirregionalismo, pues como señaló Azaña, “…Castilla no podía permitirse ser regionalista…”. En todo caso, esto no excluye que en alguna provincia, como León, surja una revalorización de su historia – leonesismo –. Esto no pone en duda en ningún momento, la necesidad de unirse a las iniciativas adoptadas por las diputaciones de otras provincias y a los proyectos de mancomunidad que se van a realizar. En todo este contexto de revalorización, no es de extrañar que algunos elementos significativos de lo castellano-leonés se recreen en estos momentos.
Castilla, poco definida territorialmente, va a tener una presencia obsesiva en los regeneracionistas y en los autores del 98, pero también en los discursos de otros pensadores, como Francisco Ginés de los Ríos, o en artistas como Aureliano de Beruete, Gutiérrez Solana, Ignacio de Zuloaga, Victorio Macho, Diego Regoyos… Por tanto este reflejo de lo castellano se manifiesta en las artes plásticas también.
Las reflexiones vienen dadas por las críticas de la situación creada por la Restauración (caciquismo como principal problema). Las invocaciones a Castilla llevaban consigo por tanto:
Un supuesto básico del liberalismo de las Cortes de Cádiz consistía en volver a las libertades perdidas (mito de los comuneros: se les invoca como algo patriótico). Durante el Trienio Liberal (1820-1823) se vuelve a poner en vigor la Constitución de 1812 (eliminada por Fernando VII durante su absolutismo). Es en este período liberal cuando se retorna al mito de los comuneros, aunque conviene matizar que en la historiografía liberal del siglo XIX y en su representante más importante (el palentino Modesto Lafuente) no se planteaba que la esencia de la nacionalidad española arrancara únicamente de Castilla, ni que ésta diese forma de manera exclusiva a la nacionalidad. Por el contrario, para estos historiadores, en España –muy anterior a Castilla– habrían intervenido una pluralidad de orígenes y trayectorias muy diversas.
Tras la crisis de fin de siglo es cuando empieza a tomar cuerpo un CASTELLANISMO HISTORIOGRÁFICO, poniéndose un énfasis especial en la aportación castellana como eje esencial de la identidad española.
Tampoco hay que olvidar que todas estas invocaciones a Castilla, guardan una cierta relación, o están influidas por:
Los pensadores a los que podemos etiquetar como regeneracionistas son de índole muy variada, por lo que dentro de este grupo podríamos incluir desde un grupo de personas nacidas o residentes en Castilla y León (Pedro Dorado Montero, o primer Unamuno), como ensayistas (Santiago Alba, Royo Villanova, César Silió… estos últimos colaboradores del “Norte de Castilla”). Todos ellos participan de un castellanismo sin fisuras, entendido como el carácter propio de una España unitaria, nacional, hecha por Castilla, y cargada por tanto de referencias castellanas. Uno de los ejes que va a definir este pensamiento va a ser la referencia a la decadencia del vasto interior peninsular, algo que advertimos en la repetición de temas como
las peligrosas y antieconómicas pretensiones alcanzadas en Castilla por el cultivo del trigo, y la necesidad de una diversificación de cultivos, la exaltación del árbol, la política hidráulica como motor de la renovación nacional… Siguiendo estas ideas, Macías Picavea expresa claramente en su obra “Tierra de Campos” que “…regeneración es igual a irrigación…”
En definitiva, los pensamientos de los regeneracionistas surgen a partir de los problemas del campo castellano en el siglo XIX-XX, y de cuya solución hicieron depender la regeneración del conjunto español.
Desde 1880 hasta 1910 la agricultura española pasa por una profunda crisis, cuyos orígenes no son puramente españoles, sino que habría que buscarlos en la dura competencia que los productos castellanos tienen con los cereales cosechados en otras partes del mundo (EEUU, Egipto, India, Argentina…). Todo ello hace que la caída en el precio de los fletes marítimos resulte excesivamente competitivo. Esto tendrá un impacto muy fuerte sobre los precios de venta de las explotaciones trigueras castellanas. Es en este contexto de crisis, que tardará en resolverse (elevando las tarifas aduaneras del trigo extranjero), cuando se planteen las preocupaciones por este problema.
Por supuesto la crisis triguera no es la única, sino que es una crisis generalizada (también ganadera), pero el cereal era ciertamente el cultivo dominante en la Península, y especialmente en Castilla –el granero de España–. Por tanto que este cultivo entrase en crisis afectaba de lleno a toda la economía española. Dicho trasfondo de problemas condujo a un enfoque muy teñido de preocupaciones agrarias, de los problemas de la sociedad española, lo cual hizo que los autores más comprometidos como Unamuno, Segador o Costa, llevasen a enfocar las formas de apropiación del suelo en el interior peninsular como la causa principal de la decadencia castellana (y por tanto española). De hecho el propietario rentista, sería para alguno de estos autores, el auténtico sujeto histórico del atraso español.
Por ello creían necesaria una REFORMA AGRARIA, que más que para las regiones del sur peninsular (Andalucía), debía estar pensada para Castilla, cuyos problemas realmente les obsesionaban. Muchos de estos planteamientos evidenciaban la familiaridad que varios de estos autores tenían con una escuela agrarista, el georgismo, corriente por la cual estaban tremendamente influidos:
más extremas de pauperismo rural, a diferencia de todas aquellas comarcas donde se habría impuesto la propiedad individual de manera completa y absoluta. Es una reivindicación un tanto romántica, como un modelo para neutralizar los males sociales.
Todos ellos son muy críticos con lo que los liberales habían hecho en el siglo XIX, porque consideraban que la desamortización había provocado que la propiedad de tierra cayera en unas pocas manos, y sin una equidad distributiva. Los efectos habrían consistido en la preponderancia de los rentistas, el proteccionismo, la escasez de árboles, la miseria del campesinado… en definitiva, la decadencia del núcleo peninsular que era Castilla.
La demostración más palpable de esa decadencia era la emigración en masa que tenía lugar desde el interior castellano. Vecinos que buscan establecerse en otros lugares, en América primero, más tarde (1910) dentro de la propia España hacia las zonas más desarrolladas (Cataluña, Madrid, País Vasco…). Entre 1890 y 1930 el déficit demográfico de Castilla y León estaría entorno a las 700.000 personas. Esta decadencia la vivieron de forma dramática, y como un riesgo de la ruina completa de la nación. Este declive contrastaba con el desarrollo de ciertos lugares de la periferia, donde además surgían movimientos políticos donde defendían un camino diferenciado del resto de España.
En un nivel más global, estas consideraciones se enmarcan en la creencia de las teorías de Darwin acerca de la inferioridad de la raza latina sobre la anglosajona. Esto penetra muy profundamente en la mentalidad europea: impacto de la expresión de un británico en el discurso Dying Nations (1898) sobre las naciones moribundas que estaban muriendo. El regeneracionista Santiago Alba hace la traducción de la obra del pedagogo francés E. Demolins titulada “¿En qué consiste la superioridad de los anglosajones?”. En el caso castellano esta inferioridad consistiría en la carencia de lo más elemental: el pueblo castellano sería presentado como un pueblo secularmente hambriento.
Este pesimismo se va a acentuar con la pérdida de las colonias (98), con lo cual Castilla se encuentra sin alternativas ante los problemas, sin más solución que una evocación nostálgica de su pasado glorioso. En este contexto resulta sugerente que la tesis del regeneracionismo crease el partido de la UNIÓN NACIONAL (1899) en el cual estaban J. Costa, S. Alba… pretendiendo agrupar en él a las clases productoras para romper con el sistema político de la restauración basado en el caciquismo entre el partido liberal y el conservador. Este intento va a fracasar, pero es sugerente la tesis de que el fracaso del regeneracionismo se debiese a su incapacidad para promover un ideal colectivo que llenase ese vacío; incapacidad que provendría de su radical falta de utopía.
Se trata de un pensamiento cuyo interés se ha visto muy condicionado por el calificativo de prefascista aplicado por algunos autores (Tierno Galván por ejemplo, que utiliza este término a la hora de analizar algunos aspectos. Rechazaba la versión del liberalismo en su expresión caciquil; creía que contenía un claro componente organicista y antiparlamentario).
Esta teoría se rotuló entonces como tutela política, entendiéndola como un tipo de patronato o amparo excepcional en circunstancias de atonía o desorden de un pueblo.
Nueva consideración del paisaje castellano. No debemos olvidar que el nacionalismo de estos autores es cultural o estético. Pero además, esta mitificación de Castilla va a conducir no solamente a una nueva percepción en el paisaje, sino también a una exaltación de su historia, de su arte, de su literatura… y va a proponer, como había hecho el Romanticismo, la existencia de una supuesta edad de Oro localizada en la Edad Media:
Para estos escritores sería en esta etapa cuando cuajó la mentalidad española, cuya manifestación más verdadera había tenido lugar en la lengua, en las artes y en las letras. Esta fijación en la Edad Media iba a llevar a algunos miembros del 98 a eliminar de un plumazo épocas como el Renacimiento, demasiado intelectualizante frente a lo castizo y español propio de la Edad Media. Además este período sería en el cual se habría constituido el carácter castellano prototípico, al cual le adornan con cualidades como la autenticidad, la austeridad, el honor, la fe… alabando las figuras del hidalgo, el conquistador, el guerrero… pero sobretodo habría cuajado en la figura de DON QUIJOTE, atendido por todos los escritores de este momento: admiración por su ideal, antídoto para vencer el espíritu abocado y pedestre de Sancho Panza. El Quijotismo deja de ser un atributo negativo (Núñez de Alce), lo que producirá una exaltación de la fortaleza y la energía de la raza castellana, que también tendrá su exaltación en la escultura: Victorio Macho, Julio Antonio… figuras modeladas en barro o en piedra castellana. No podemos olvidar el proyecto de Victorio Macho (Cristo del Otero) de crear el altar de Castilla en un cerro entre Palencia y Valladolid con las figuras heroicas castellanas, con varios frisos de apoteosis de Castilla… aunque finalmente no se llegó a construir.
Pero esta Castilla mitificada iba a ser entendida como un paisaje antes que como una organización política, en tanto que este paisaje es representado como una metáfora de pureza, virilidad y moralidad.
El paisaje es descrito preferentemente al amanecer (energía) o al anochecer (comunión mística con la naturaleza). Esta posición estaba lejos de reducirse a un mero goce estético, así Unamuno (“En torno al casticismo”) apreció la correspondencia del paisaje castellano como un uniforme desnudo, monoteísta, extremado… con un temperamento idealista y belicoso, realista y ordenancista… Esta lectura del paisaje de la naturaleza se convertía en una gigantesca materialización del espíritu nacional. Pero también hay que decir que se trató de una interpretación en la que entraban algunos elementos nada castizos, muy conectados con el pensamiento europeo contemporáneo: la supuesta voluntad de dominio que se atribuía al castellano tenía mucho que ver con las teorías de algunos filósofos del momento como Nietzsche. Además el enfoque del medio físico y la raza como causantes de la identidad española está claramente influido por el pensador e historiador francés H. Taine.
Pero esto no impedía su apreciación también como un territorio en decadencia, quedando recogido en la descripción de sus pueblos sombríos y desolados en las siniestras procesiones representadas por Regoyos y Solana. Una visión sombría que se contrarrestaba con los gérmenes de vida, con las promesas de resurrección… que conllevaba la visión del paisaje. Este contraste entre decadencia actual y regeneración futura va a tener una clara importancia en las obras de Ignacio de Zuloaga, artista vasco que pinta sobre Castilla.
Canalejas crea este centro en 1910 con el propósito de investigación sistemática en diferentes planos: filología, historia, arte, derecho… Dentro de este conjunto de especialidades va a destacar la HISTORIA DE LA LENGUA, que será la sección del centro con más investigadores, y que será dirigida por el ilustre Ramón Menéndez Pidal, que dejó una huella profunda en el centro, aunque no se deben ignorar a otros eruditos como Sánchez Albornoz, Américo Castro, Ricardo Oroeta (creador del Museo Nacional de Escultura de Valladolid), Manuel Gómez Moreno, Tomás Navarro Tomás… Todas estas actividades se van a desarrollar en un gran ambiente de ascetismo, con una afición muy compartida, que era el excursionismo (para impregnarse de conciencia histórica, según ellos).
Dentro de esta línea de excursionismo habría que recordar las fatigas vividas por el joven Menéndez Pidal siguiendo los lugares de leyenda de los “Siete infantes de Lara” o la leyenda del Cid, cuando hacía su tesis. Por tanto estas excursiones no eran un gusto por la naturaleza, sino un método científico de estudio del pasado. Además estos viajes les ponían en contacto directo con lo popular, con lo castizo, y en definitiva, con una tradición que hacían arrancar de la Edad Media castellana, período histórico en el cual según ellos se habría constituido la nación española. Menéndez Pidal también enfoca “El Romancero” como un producto colectivo del pueblo castellano: sería una obra anónima dentro de un pueblo, capaz de inspirar toda la literatura española posterior. Además por el carácter popular de esta obra literaria habría permitido la escisión presente en otras literaturas entre lo popular y lo culto. Actividad que habría fortalecido la conciencia nacional, siendo la expresión más noble, más digna de la grandeza de Castilla, y también un signo de su originalidad.
Por tanto nos encontramos ante una fijación por lo medieval para encontrar el español eterno. También destacan los enfoques del historiador de arte M. Gómez Moreno, quien encontraba la culminación de lo español en el estilo románico, mientras que enfocaba el gótico o el renacentista como algo en cierto modo, extraño al espíritu hispano-cristiano, que afloraría en el arte de manera discontinua, siempre en pugna contra los esfuerzos de la civilización europea por asentarse en nuestro país (mudéjar y barroco).
Igualmente destaca Sánchez Albornoz y su tesis sobre la ausencia de feudalización en Castilla, en contraposición con lo ocurrido en la periferia hispánica, es decir, que era mucho más igualitaria que en Cataluña o incluso el reino occidental de León, donde habría habido una desigualdad mucho mayor. También plantea el carácter piramidal de la sociedad castellana: base amplia de campesinos libres y un monarca poderoso en la cumbre, pero no habría entre medias una capa nobiliaria o una capa feudal. Unas tesis que en parte, coincidían con las de Ortega en su “España invertebrada”, y que luego el propio S. Albornoz iba a retomar en su obra capital: “España, un enigma histórico”. Su tesis se enfrenta a la de Américo Castro, que había ofrecido su propia interpretación de la historia de España “la realidad histórica de España” (discusión de gran polémica). Esta singularidad española provendría también, de acuerdo con S. Albornoz, el carácter castellano debido a la geografía difícil de Castilla, de donde provendría el desamor por lo material, así como la pasividad desdeñosa ante el cambio.
También habría que mencionar el trabajo de otro muy destacado historiador, Rafael Altamira, muy relacionado con la Institución Libre de Enseñanza (creado por Miguel de los Ríos en el siglo XIX para mejorar el nivel cultural de los españoles; un organismo con pocos medios, pero muy influyente hasta la guerra civil; en gran medida toda la reforma educativa de la República va a estar inspirado por esta institución). Este autor va a estar muy influido por el krausopositivismo, una filosofía muy idealista. Este autor va a insistir en la superioridad civilizadora de Castilla respecto a los territorios de la periferia, sobretodo de los siglo XV-XVII, ya que “…es Castilla quien marca la dirección de la vida espiritual de la Península y donde con mayor fuerza se vive el sentimiento nacional…”Así, frente a las críticas que provenían de identidades alternativas a la castellana, Altamira se esforzó por defender la grandeza de Castilla, la voluntad de sus habitantes, sus aportaciones a la civilización occidental, su descubrimiento de América…