a) Nació en Tagaste, -Argelia-, en el 354 y murió en Hipona, en el 430. Teólogo latino. Hijo de un pagano, patricio, y de una cristiana, Mónica. Se orientó hacia la filosofía tras leer, el Hortensio de Cicerón. Catedrático de retórica en Milán (384), escuchó los sermones de san Ambrosio. A su regreso a África se hizo bautizar. Fue ordenado sacerdote y más tarde obispo en Hipona, donde combatió las herejías de los maniqueos, donatistas y pelagianos. Escribió numerosas epístolas, unas Confesiones, en las que describe las etapas de su conversión y la Ciudad de Dios donde, concibe la historia como una lucha entre la ciudad terrenal y la ciudad de Dios que culmina con el advenimiento final del reino de Dios. Durante los últimos años de su vida asistió a las invasiones bárbaras del norte de África (iniciadas en el 429), a las que no escapó su ciudad episcopal. Durante el asedio de Hipona, enfermó y murió. Es una de las figuras emblemáticas de su tiempo, del cristianismo y de la filosofía. Imprimió una marca a la filosofía y la teología medievales. La ciudad de Dios es su principal obra (413 y 426). Refutó la opinión de que la caída de Roma en poder de los godos de Alarico (año 410) había sido causada por la aceptación del cristianismo y por el abandono de los dioses del Imperio. Se estructura a partir de la contraposición entre la Ciudad de Dios (representación del Cristianismo, la verdad espiritual) y la ciudad pagana (decadencia y el pecado). b) El texto expone cómo se ha de entender la justicia. Esta procede de Dios, y como tal debe prevalecer en la sociedad de acuerdo a su mandato, así todos, personas y pueblo vivirán de la fe practicando el amor. Si se practica la justicia es porque hay pueblo, y por consiguiente política, si no, no tendría sentido. c) La justicia reside en Dios, bien supremo. Si el poder de los gobernantes procede directamente de Dios, éstos deben reflejar en sus actos y actitudes al mismo Dios. Por eso, la voluntad de Dios debe estar en toda sociedad sobre la de los hombres, y los gobernantes deben garantizar a través de la justicia todos los derechos comunes a los pueblos.
Si no hubiese garantía de la práctica de la justicia ni la defensa de los intereses de los ciudadanos, se iría en contra de la noción de pueblo. Si éste no existiera, al estar desvirtuado su sentido, el ejercicio de la política no tendría sentido alguno, ni podríamos llamar político a quien deshonrase el concepto pueblo .d) San Agustín tiene una visión negativa de la política. Afirma que la política es necesaria porque el hombre es pecador. En el paraíso no existía esa necesidad de dominar al otro, no existía la política, el hombre vivía en paz y era gobernado por Dios. La política aparece en la vida del hombre, una vez que éste cae al valle de las lágrimas y necesita relacionarse con otros hombres para lograr diferentes objetivos (la paz, por ejemplo). La política es un medio útil para vivir en paz y virtuosamente. Su fin es hacer más fácil el camino del hombre hacia la bienaventuranza. La justicia es indispensable en los que tienen tan gran responsabilidad aquí en la Ciudad Terrena, y su ejercicio es reflejo de la voluntad divina. Una vez que la Ciudad de Dios se imponga a la Ciudad Terrena en el fin de los tiempos, la política llegará a su fin. Los hombres, la sociedad, los pueblos al hallarse bajo el seno de Dios, no la verán como necesaria debido a que estarán siendo gobernados por el mismo Dios, supremo bien y suprema justicia. La política aparece como un medio temporal, sólo funciona para mantener el orden y la paz hasta el momento de la Redención; por ello, responderán ante la justicia suprema de Dios aquellos que lo hayan hecho sabiamente y con justicia y también aquellos que lo hayan hecho mal y practicado la injusticia, dándose al interés, a los vicios y dando prioridad a los elementos materiales sobre los espirituales.
En la concepción política de Agustín, la ética está ligada a la política, y por lo tanto todo accionar del soberano tiene que ir guiado por un precepto moral: el bien, la verdad, la humildad, la paciencia, la fe y la caridad, así como su actuar definido desde la justicia. ―llamamos a los gobernantes felices si gobiernan con justicia; si no están inflamados con orgullo sino que recuerdan siempre que son hombres y se ponen al servicio de la majestad divina; si lo temen, aman y adoran. Un gobierno sin la inspiración de la justicia divina no es más que una enorme banda de ladrones que da paz mediante una violencia arbitraria‖. San Agustín cree que el origen de todas las calamidades del mundo (hambre, guerras, esclavitud, etc.) se debe a que el hombre pecó y éste fue castigado por Dios. Pero como el hombre no puede sobrevivir en ese Estado hasta que llegue la Redención, necesita crear una institución fuerte y autoritaria para salvaguardar la paz y garantizar el orden hasta el fin de los tiempos. Así para salvaguardar la paz crea al Estado, un mecanismo de coerción que le pondría un límite al pecado. De ahí que los gobernantes y los pueblos vivan en el intento de la superación del mal. La justicia será una de las garantías para crear esa sociedad caminante a su fin, Dios. No podrá subsistir ningún grupo humano, ningún pueblo, si no se basa en la justicia; llegarían los conflictos en el intento de la consecución de reivindicaciones de igualdad, alimento, vida estable tranquila y en paz. Por lo tanto, al igual que la política, la visión que tiene Agustín para con el Estado es negativa considerándolo un ente temporal. El Estado (así como la política está subordinada a la ética, y ésta está subordinada a los mandamientos de Dios), aparece pues como subordinado a la Iglesia, Ciudad Eterna, presidida por Jesús y guiada por el Espíritu Santo donde se propone hasta su llegada al final de los tiempos: la vida, verdad, belleza, libertad, justicia y amor.