Portada » Historia » Reformas en la organizacion del estado. la monarquía centralista
A la muerte de Carlos II (1700), se proclamó rey de España al príncipe francés Felipe de Anjou, como Felipe V, conforme el testamento del propio Carlos II. Pero entonces se constituyó una Gran Alianza, formada por Austria, Inglaterra, Países Bajos, y otros estados, a favor de un candidato austriaco, el archiduque Carlos, para evitar el peligro de una hegemonía hispano-francesa en Europa. Esta guerra de Sucesión (1702-14) tuvo un carácter internacional, pero en España también civil, puesto que Valencia y Cataluña eran partidarias de Carlos, por temor al absolutismo y centralismo de los Borbones. El ejército hispano-francés obtuvo sin embargo importantes victorias dentro de España. Por otra parte, la Gran Alianza se deshizo cuando el príncipe Carlos accedió al trono del Imperio austriaco (1711). Así terminó esta guerra, tras la que se firmaron los acuerdos de Utrecht (1713) y Rastadt (1714).
Como consecuencia de ellos, hubo una reordenación del mapa político europeo.
La gran derrotada fue España, que perdió todas sus posesiones en Europa, además de Menorca, Gibraltar, y otras concesiones de carácter comercial.
Los primeros Borbones españoles, Felipe V y Fernando VI, impusieron el modelo de absolutismo monárquico de Francia, que en España significó centralizar y reorganizar los diferentes reinos peninsulares.
El largo reinado de Felipe V (1700-1746)
se orientó a consolidar la alianza con Francia, mediante los Pactos de Familia.
Con ellos se afianzaba la influencia española en el Mediterráneo, en concreto en Italia. La esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, ambicionaba los territorios italianos para coronar a sus hijos como reyes en las antiguas posesiones aragonesas. Consiguió su propósito con el príncipe Carlos (el futuro Carlos III de España), que fue coronado como rey de Nápoles.
En el reinado de Fernando VI (1746-1759)
resalta la figura del marqués de la Ensenada, quien inició una reforma de la hacienda con el objetivo de implantar un impuesto único y eliminar los múltiples que existían. Pero la reacción de los estamentos privilegiados lo impidió. En política exterior, este reinado se caracterizó por una estricta neutralidad. Esto sirvió para tener algunos años de paz, pero también para que el poder británico se afianzara. Por eso, su hermano y sucesor, Carlos III, se vio envuelto en varios conflictos con los británicos.
Dentro de la política reformadora y centralizadora, los Borbones del XVIII llevaron a cabo algunas medidas de reorganización territorial.
Felipe V, mediante los Decretos de Nueva Planta impuso la organización política y administrativa de Castilla en los territorios de la Corona de Aragón. La Nueva Planta fue la abolición de las Cortes de cada reino. Sólo permanecieron las de Castilla, que pasaron a ser las de España, y que a partir de ahora sólo tenían la función de jurar al heredero. También se suprimió el Consejo de Aragón, el de Castilla asumió sus funciones, aunque tanto éste como el resto de Consejos de la época de los Austrias perdieron peso en el gobierno. En definitiva, con la excepción de Navarra y el País Vasco, todo el territorio constituyó una única estructura de carácter uniforme, sometida al poder absoluto de la monarquía. Se crearon las Secretarías de
Despacho (Estado, Guerra, Marina, Hacienda, Justicia e Indias), antecedentes de los ministerios. En 1787 se estableció la Junta Suprema de Estado, antecedente del Consejo de Ministros.
Se generalizó en las ciudades más grandes el cargo de los corregidores castellanos (representantes del rey en los ayuntamientos). Otra novedad fue la introducción del cargo de intendente, funcionarios con amplios poderes, que dependían directamente del rey, y tenían como misiones principales recaudar impuestos y activar la economía. Para conseguir este último objetivo, se intentó una reforma en Hacienda, de manera que los habitantes pagasen impuestos en función de sus riquezas, y no del estamento al que se perteneciera. Aparecieron nuevos impuestos, una cuota fija, pero la resistencia de los privilegiados impidió que se aplicara en todo el reino.
El reinado de Carlos III (1759-1788)
Es ejemplo de Despotismo o Absolutismo ilustrado, puesto que se pusieron en práctica algunas de las ideas de la Ilustración, las que no ponían en peligro el poder de la monarquía absoluta. Se trata de un reformismo, sobre varios sectores. En economía, se planteó la modernización de la agricultura (por ejemplo, con la extensión de los regadíos y la colonización de zonas despobladas); fomento de la libre circulación de mercancías (librecambismo); la mejora de las infraestructuras del transporte; el apoyo a la actividad industrial, con la ruptura del monopolio de los gremios y creación de las Reales Fábricas; el impulso al comercio americano, que creció con la liberalización del sector, etc. Otra iniciativa importante fue la creación de las Sociedades Económicas de Amigos del País, con el objeto de fomentar la economía local. A pesar de que algunos políticos vieron la necesidad de una reforma de la estructura de la propiedad agraria, para liberalizarla, ésta no se llevó a cabo. También en respuesta a las propuestas de la Ilustración, se realizó un considerable esfuerzo en el desarrollo científico y cultural. Por último, se llevó a cabo un plan de reformas urbanísticas en Madrid, ciudad que como capital debía reflejar el desarrollo impulsado por los Borbones.
El reinado de los Borbones se inició con una importante pérdida de poder e influencia de España en el contexto internacional. Pero por la misma razón desapareció la pesada carga militar y financiera de los siglos anteriores. El XVIII fue un siglo de relativa paz y estabilidad. Las nuevas orientaciones en la política internacional fueron la de amistad con Francia, la antigua gran enemiga, y enemistad y enfrentamiento con Gran Bretaña. La aproximación a Francia, mediante los Pactos de Familia, reforzó de nuevo el papel de España en Italia, frente a los intereses austriacos, pero no consiguió contrarrestar el peligro de la poderosa flota británica en América, que acosó continuamente el Caribe español y los transportes en el Atlántico. Tras la firma del Tercer Pacto de Familia (1761), España participó con Francia en algunas guerras, y también a favor de las colonias norteamericanas sublevadas contra Inglaterra (recuperación de Florida y Menorca). El estallido de la Revolución Francesa (1789), en el reinado de Carlos IV, alteró la orientación general de la política exterior.
En un principio, la nueva dinastía Borbón no introdujo ningún cambio importante en las colonias, excepto que al puerto de Sevilla se añadió el de Cádiz como entrada y salida de productos. En la sociedad americana se había desarrollado una elite blanca, de peninsulares y criollos, que controlaban la administración y eran los propietarios de la tierra y demás fuentes de riqueza.
A partir de mediados de siglo se inició un cambio en la política de los Borbones hacia América, para que las colonias fueran más rentables. Para ello se tomaron diversas medidas: las Compañías de Comercio, siguiendo el modelo inglés y holandés, y más adelante, los navíos de registro. Durante el reinado de Carlos III, se introdujeron importantes reformas. La Corona trató de incrementar el control administrativo de la metrópoli sobre las Indias: se excluyó de la administración a los criollos, se creó un nuevo virreinato, el del Río de la Plata, y el cargo de Intendente, para reforzar el control de los territorios americanos. Hubo también un aumento de impuestos, y, finalmente, en 1778, se permitió el libre comercio entre la península y las Indias, rompiendo el monopolio sevillano-gaditano.
Esta nueva política borbónica, enfocada sobre todo al beneficio de la metrópoli, engendró movimientos de protesta de los criollos, apartados de los cargos administrativos, y de la explotada mano de obra indígena. En 1780-81 se inició una revuelta en Perú, iniciada por los criollos, que pronto se amplió a una rebelión indígena. Estos movimientos fueron duramente reprimidos.
La introducción y difusión de las nuevas ideas ilustradas en España fue lenta y difícil. Existía un retraso de varios decenios respecto a algunos países europeos, pero, en esencia, se expandieron los mismos principios y se intentaron parecidas reformas. En la segunda mitad del siglo XVIII ya hubo una generación de pensadores, plenamente ilustrados: Feijoo, Campomanes, Cadalso, Jovellanos, Aranda, Floridablanca, Olavide, etc. Aunque no formaron un grupo homogéneo, coincidieron en el interés por la ciencia, el espíritu crítico y la idea del progreso. Estaban convencidos de que sólo la mejora del nivel cultural podía sacar al país de su atraso, y por eso hicieron de la educación el objetivo prioritario. Lucharon contra las órdenes religiosas y contra los estamentos privilegiados, y defendieron una enseñanza laica, útil, y moderna. En economía, identificaron el atraso español con el fuerte predominio de la propiedad nobiliaria y eclesiástica y con el excesivo control sobre las actividades económicas (proteccionismo). El espíritu de la Ilustración alcanzó a amplios sectores de la sociedad, y se plasmó en la proliferación de tertulias de ilustrados, por una parte, y en el desarrollo de las Sociedades Económicas del País, que jugaron un papel muy importante.