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DON JUAN TENORIO (de José Zorrilla)
Contexto histórico- literario
La primera mitad del siglo XIX viene marcada, a nivel político, por la Guerra de la Independencia, las Cortes de
Cádiz (1812), el regreso de Fernando VII, cuyo régimen absolutista provocaría el exilio de los románticos, y las primeras
guerras carlistas. Es un siglo caracterizado por la inestabilidad, la alternancia de gobiernos (liberales – conservadores) y
el atraso generalizado del país. En este contexto histórico irrumpe el Romanticismo (hacia 1830, con bastante retraso
respecto de Europa) como un movimiento, no solo artístico-literario, sino también como una nueva forma de pensar,
sentir y actuar, que rompe con las ideas racionalistas del siglo anterior y defiende una nueva sensibilidad basada en la
exaltación de la libertad, en el subjetivismo, el idealismo, la vuelta al pasado y a la naturaleza salvaje, o el gusto por lo
misterioso, lo macabro, la noche, la muerte…
El drama romántico, en España, triunfa con la aparición, en 1835, del Don Álvaro, del Duque de Rivas. Unos
diez años más tarde, José Zorrilla estrena su obra más conocida: Don Juan Tenorio, que obtuvo un éxito inmediato y ha
pasado a ser una de las obras más famosas y representadas de la escena española. En ella se compendian algunas de las
características más significativas del drama romántico: la ruptura de la regla de las tres unidades (acción que se ramifica
en múltiples episodios; cambio de lugares y de escenarios; entre la primera parte y la segunda transcurren cinco años); la
abundancia de personajes muy contrastados entre sí; el dinamismo de una acción llena de ritmo y de sorpresas, en la que
se alternan desafíos, raptos, muertes, escenas de amor, apariciones espectrales, etc; la ambientación sugerente y
espectacular (escenas nocturnas, en el cementerio…); el amor como fuerza arrolladora capaz de cambiar a un pervertido
como Don Juan y salvarle in extremis; y hasta el tono excesivo, altisonante y declamatorio, en el que se expresan los
personajes.
El argumento de la primera parte (cuatro actos) nos sitúa en 1545, cuando Don Juan y Don Luis Mejía se citan en una
taberna de Sevilla para comparar los resultados de una apuesta que les ha tenido vagando durante un año en busca de
amores y desafíos. Don Juan gana la apuesta y de paso añade otro reto: seducir a la prometida de don
Luis, doña Ana de
Pantoja, y a una novicia, doña Inés. Don Juan consigue ambos objetivos y se ve obligado a matar a don Luis y al
Comendador, padre de doña Inés. Enamorado de esta, se ve obligado a huir.
En la segunda parte (tres actos), Don Juan regresa a Sevilla cinco años más tarde. La estancia familiar se ha
convertido, por orden de su padre, en un panteón con las estatuas de los muertos causados por don Juan. Entre las
estatuas descubre la de doña Inés, muerta de pena, y cuyo espectro se le aparece para decirle que ha ofrecido su alma a
Dios por su salvación si éste se convierte…. La acción se precipita: el burlador convida a cenar a la estatua del
Comendador y este acepta. Don Juan ve pasar su propio entierro (uno de sus amigos lo acaba de matar), el Comendador
intenta arrastrarlo hacia el infierno, pero don Juan se arrepiente y doña Inés lo toma de la mano para salvarlo…
Temas e interpretación.
La obra recoge influencias anteriores – sobre todo, la de Tirso de Molina en El Burlador de
Sevilla – pero Zorrilla le da un enfoque típicamente romántico, y ahí radica, tal vez, la mayor novedad de la obra y el
éxito de la misma. Don Juan, el protagonista seductor, pendenciero y asesino de la primera parte, conoce, por vez
primera, el amor puro en la persona de Doña Inés (símbolo de la virtud y de la inocencia, el único personaje del que
Zorrilla se sentía orgulloso), y ese amor logrará el milagro de la salvación de Don Juan al final de la obra.
Toda la segunda parte del drama será la consecuencia de esta experiencia radical, nueva e inédita en Don Juan
Tenorio. De hecho, se nota un cambio significativo entre el Don Juan de la primera parte (arrogante, libertino, matón,
superficial, desafiante…) y el de la segunda, donde aparece más reflexivo, más dubitativo y a expensas de los
acontecimientos. Si en la primera se enfrenta con los vivos en abierta rebelión contra toda norma establecida (social,
familiar, moral, religiosa), en la segunda parte se enfrentará con los muertos, con su conciencia y con Dios. Don Juan
permanecerá fiel a sí mismo (invitación sacrílega al Comendador) pero será la capacidad redentora del amor la que le
lleve a hincar las rodillas en el suelo para acogerse a la misericordia de Dios: “la piedad de Dios pesará más que la
maldad de Don Juan; el duelo entre Dios y Don Juan será resuelto por la intercesión de Doña Inés o el Amor” (es la
autorizada interpretación de Ruiz Ramón).
Actualidad de la obra.
¿Cuál es el secreto de la vitalidad escénica del Don Juan Tenorio?, se pregunta este crítico. Y responde: la
interpretación que hace Zorrilla del mito de Don Juan no es la más original ni la más profunda, pero sí es la mas
“teatral”: “Zorrilla ha sabido captar y expresar, y en esto consiste su genio, no esta o la otra significación de Don Juan
(…), sino su secreto de ente escénico, su esencial y genial teatralidad(…) Don Juan es el personaje teatral por
excelencia”: habla, siente, piensa, cuenta su historia, enamora, maldice, desplanta a vivos y a muertos….y se salva
teatralmente.
Son muchos los reparos que cabe oponer a la obra de Zorrilla (lo hizo ya el propio autor): exageraciones,
escenas inverosímiles, otras demasiado efectistas, personajes simplificados, abundancia de ripios y retórica vacía, ideas
teológicas superficiales, etc., pero su obra ha contribuido como pocas a forjar la figura de un Don Juan instalado ya entre
los mitos de la literatura universal. “El Don Juan de Zorrilla – asegura el crítico citado – permanecerá vivo mientras
exista un tablado y un actor y un público que ame el misterio teatral, no por lo que Don Juan tiene de romántico y de
español, sino por lo que tiene de criatura teatral”.