Portada » Historia » Diferencias entre la desamortización de Mendizabal y la de Madoz
En el siglo XVIII los políticos ilustrados intentaron modernizar la agricultura, pero no lo consiguieron, ya que la mayoría de la tierra era de la nobleza y el clero, y estos eran poco emprendedores, por lo que España no obtuvo un avance económico equiparable al de otros países. Para aumentar la rentabilidad, se debía invertir en maquinaria, abonos, métodos de cultivo y mercados para comercializar.
Los terratenientes vivían de las rentas del campo, y nunca se dedicaban a cultivar sus tierras. Estas eran trabajadas por jornaleros que se quedaban con una parte de cosecha, entregaban el resto a los propietarios, y pagaban el diezmo a la Iglesia o Estado. Estos jornaleros eran muy pobres, ya que trabajaban en tierras pequeñas, dificultando la acumulación de beneficios para mejorar el cultivo y comprar maquinaria. Además, muchas tierras pertenecían a los municipios, y eran improductivas, aunque tenían complementos que les ayudaba en su escasa economía. Las tierras de la Iglesia y municipios no se podían comprar ni vender, por lo que se las llamaba propiedades de manos muertas.
Para mejorar la producción agrícola, los políticos liberales pensaban que había que poner en venta las tierras improductivas y eliminar el régimen señorial de los cultivos. Se realizaron algunos intentos en las Cortes de Cádiz y el Trienio Liberal, pero no fue hasta 1836 con Mendizábal y 1855 con Madoz cuando se consiguió este objetivo.
De este movimiento cabe destacar que provocó una gran disconformidad social, además de romper relaciones con la Iglesia.
En 1835, Mendizábal vino desde Londres para presidir el Gobierno. Pero antes tenía que asegurar la victoria en la guerra carlista, por lo que necesitaba dinero. Para conseguirlo, pensó que eran necesarias nuevas fuentes de ingreso, por lo que en 1836 lanzó un decreto desamortizador, a través del cual ponía en venta las tierras del clero regular, dejando en manos del Estado las propiedades de estos. Además, en 1837 este decreto se amplió al clero secular, pero no fue llevado a cabo hasta 1841, con Espartero.
Con estos decretos, pretendían eliminar la deuda pública, acabar con la guerra carlista, traer a las filas liberales a los beneficiados, solicitar préstamos y cambiar la estructura de la propiedad eclesiástica, aunque esta tendría que ser subvencionada y mantenidos sus clérigos.
El 1 de mayo de 1855 el ministro de Hacienda, Pascual Madoz, lanzó la Ley de Desamortización General, llamada así porque ponía en venta los bienes de propiedad colectiva, es decir, los bienes eclesiásticos que no habían sido vendidos y los bienes de los pueblos, que eran propios, si daban renta al Consejo por estar arrendados, o comunes, si eran usados por los aldeanos y no estaban arrendados.
Esta desamortización se diferenció de la de Mendizábal en dos cosas. La primera, era el destinatario del dinero, ya que iba dirigido a la expansión de la industria y sobre todo del ferrocarril;
la segunda era la propiedad del dinero, ya que el Estado obligaba a los ayuntamientos a comprar sus propias tierras, pero a precios más altos de los de venta, y a través de una especie de bonos del Estado.
En este proceso se benefició la burguesía acaudalada, aunque aumentó la participación de los pequeños propietarios
Estos procesos desamortizadores, al querer conseguir dinero, no hicieron que las tierras se repartiesen entre los menos favorecidos, pero contribuyó a largo plazo en el crecimiento del producto agrícola, ya que se habían cultivado tierras anteriormente improductivas, aunque este crecimiento también se debió a la supresión de la Mesta, la mejora del transporte y las políticas proteccionistas del cultivo. Durante este proceso, se vendió más del 50% de la tierra cultivable, el equivalente al 25-33% del valor de la propiedad de inmueble española.
Pero estos cambios trajeron malas consecuencias, como la aparición de un proletariado agrícola, más de dos millones de campesinos sin tierras, jornaleros bajo duras condiciones de trabajo, y la aparición de una burguesía que emulaba a la vieja aristocracia. El latifundismo siguió en el centro y sur de la península, y el minifundismo en el norte. Además el pequeño campesinado se vio afectado por la desaparición de los bienes comunes, y gran parte del patrimonio artístico y cultural se perdió.
A mediados de siglo XIX, la agricultura se centró en el comercio, tanto en mercado interior como en exportación. Se generalizaron cultivos más comunes como la vid y el arroz, y otros menos extendidos, como el aceite de oliva o el esparto. Los grandes cultivos seguían siendo la vid, el olivo y el cereal.
Lo más notable de este período fue el aumento de la superficie para frutales y regadío, que se vio favorecido por el ferrocarril.
La reducción del cereal se debió al abandono de cultivos por bajo rendimiento y la expansión del viñedo, que se favoreció de la llegada de la filoxera a Francia, convirtiendo a España en la primera potencia mundial de vino. Pero a finales de siglo, esta enfermedad llegó a los cultivos españoles, provocando una crisis en el sector, agravada por el bajo precio del vino francés.
El cultivo del olivo aumentó sobre, sobre todo en Andalucía y el noreste de la península. Los cultivos frutales y de regadío se situaron en su mayoría a lo largo del Mediterráneo, ya que se encontraban cerca de ciudades y zonas industriales, lo que favorecía su comercialización y estimuló su crecimiento, aumentando sus exportaciones.
El cultivo del cereal era predominante, y la gran mayoría se exportaba, pero cuando los conflictos europeos acabaron, España no pudo competir con el precio del producto francés, alemán o británico, por lo que el sueño de ser el granero de Europa desapareció.