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En el “Himno a la Belleza” Baudelaire hace un canto solemne a su concepto de belleza, caracterizado principalmente por su naturaleza misteriosa y contradictoria. Como corresponde a un “himno” (subgénero lírico de tono solemne, dirigido a algo o a alguien para expresar o cantar sentimientos elevados o una verdad universal), Baudelaire invoca a la propia Belleza personificada en forma de mujer (de ahí que escriba su nombre con mayúscula y hable de tu mirada, tus besos, tus enaguas y en los versos finales aluda a ella como hada o mi única reina), a la que interroga acerca de su procedencia, en busca de una respuesta que tenga un valor universal. Al personificarla (como hace con otros términos abstractos como el Destino o el Horror) la humaniza y hace posible mantener un diálogo con ella; de ahí la serie de interrogantes que le dirige, aunque quedan sin respuesta.
Baudelaire muestra a la Belleza a través de su carácter enigmático y paradójico: no se sabe si procede del cielo o del infierno; su mirada es a la vez demoníaca y divina; sus efectos son, confusamente, al mismo tiempo, beneficiosos y perjudiciales, capaces de alterar a las personas (al niño envalentonan y acobardan al héroe, verso 8). Es caprichosa, poderosa y cruel (Caminas sobre muertos… de los que ríes, verso 13); el Horror y la Muerte (el Homicidio) no le son ajenos. Esta Belleza femenina también arrastra a sus amantes hacia la tumba.
En las dos últimas estrofas el yo poético se responde al no encontrar una solución al enigma: no importa cuál sea el origen, divino o satánico, de este ideal al que aspira y que aún no ha encontrado (un infinito al que amo y nunca he conocido, verso 24); lo verdaderamente importante es que esta búsqueda del absoluto hace más soportable el tedio de la vida, el “spleen”, el lento caminar del tiempo (vuelve… menos horrible el mundo, los instantes más leves, verso 28). La Belleza se constituye, pues, en un símbolo del Ideal, de la creación artística, una de las vías de escape del hastío, una de las flores del mal.
En su Diario íntimo sostuvo Baudelaire la misma concepción que hemos visto en el poema: “Ya tengo mi definición de la belleza, la mía. Es algo ardiente y triste a la vez, algo un tanto impreciso, que deja rienda suelta a las conjeturas. (…) Un rostro de mujer es un rostro que hace soñar, a la vez, aunque confusamente, con voluptuosidades y añoranzas; que comporta melancolía, cansancio, incluso saciedad, o todo lo contrario, es decir, ardor, deseo de vivir mezclado con amargura, como si procediera de privaciones o desesperación. Pues el misterio, el pesar forman parte también de la Belleza.”
Análisis de la estructura y de los rasgos estilísticos
“Himno a la Belleza” es un poema compuesto por siete estrofas de cuatro versos alejandrinos cada una, y aunque en la traducción no se ha conservado la rima, en el texto original de Baudelaire se trataba de serventesios, es decir, de cuatro versos de rima consonante distribuida según el esquema ABAB.
La estructura interna del poema se divide en dos partes: las cinco primeras estrofas (versos 1-20) se centran en la naturaleza misteriosa y paradójica de la Belleza, que es interrogada acerca de su origen y caracterizada con los rasgos humanos de una mujer poderosa, seductora, hermosa y cruel. La segunda parte abarca las dos últimas estrofas (versos 21-28), en las que aparece por primera vez el yo poético (me abren, que amo, nunca he conocido, mi única reina), que, al no hallar respuesta a sus preguntas, se responde que lo verdaderamente importante es la aspiración al ideal, al absoluto de la Belleza, como modo de superar el hastío de la vida.
Desde el punto de vista estilístico, merecen ser destacados los siguientes rasgos: en primer lugar, el carácter de apóstrofe que tienen las interrogaciones dirigidas a la Belleza para que defina su naturaleza: ¿Vienes del hondo cielo o del abismo sales, / Belleza? (versos 1-2), y lo mismo en el verso 7. Pero estas preguntas no encontrarán respuesta.
En esa interrogación inicial ya encontramos otro de los recursos esenciales del poema: la antítesis que expresa el desconocido origen de la Belleza (del hondo cielo o del abismo, verso 1), a la que se unen otras oposiciones a lo largo del texto: Tu mirada infernal y divina (verso 2), vierte los favores y el crimen (verso 3), En tus ojos contienes la aurora y el ocaso (verso 5), al niño envalentonan y acobardan al héroe (verso 8), vas al azar sembrando la dicha y los desastres (verso 11), etc. La mayoría de estas antítesis ponen de manifiesto el carácter demoníaco y angelical de la Belleza, esto es, al mismo tiempo malvado y benéfico; con lo que se convierten en una sucesión de paradojas que reflejan su misterio indescifrable.
La Belleza aparece personificada con la apariencia de una mujer (tu mirada, tus ojos, tus besos, tus enaguas, mi única reina, etc.), una mujer que como en otros poemas ofrece una doble vertiente: es consuelo y esperanza y a la vez es destructora y malvada. La mujer, en palabras de Baudelaire, “es natural; es decir, abominable”. En cuanto identificada con el ideal de belleza y perfección es inhumana e inalcanzable y arrastra, con su belleza y atractivo, al hombre enamorado hacia el mal, hacia su perdición (el aire / tiene de un moribundo que acaricia su tumba, versos 19-20). Sin embargo, al final del poema prevalece el mensaje de esperanza: ese ideal, Ángel o Sirena, ese Monstruo enorme, ingenuo y espantoso permite hacer más llevadero el tedio de la existencia.
También hay que mencionar las diversas imágenes que utiliza el poeta, tanto las comparaciones, tan gratas a Baudelaire (por esto podrías al vino compararte, verso 4, por sus efectos al tiempo benéficos y perjudiciales; el Destino sigue hechizado a la Belleza cual perro, verso 10), como las metáforas (tus besos son un filtro y un ánfora tu boca, verso 7; vas al azar sembrando la dicha y los desastres, verso 11; caminas sobre muertos, verso 13; o la llama candela, Monstruo, hada de ojos de terciopelo…).
El mensaje final del poema es esperanzador: la Belleza, en forma de una mujer seductora, invita al poeta, a través de sus ojos, risa y pie, a adentrarse en lo desconocido, sensualmente le abre la puerta de un infinito al que siempre ha aspirado, con lo que las preguntas que se ha ido haciendo desde el principio quedan como algo secundario (¿qué importa?); lo esencial es que la Belleza, símbolo del ideal de la creación artística, hace más soportable la vida, el “spleen