Portada » Lengua y literatura » Paco el del molino
Paco: De pequeño tenía gran volumen en sus atributos masculinos. Su nuca era muy tierna, y formaba dos arruguitas contra la espalda. Después de tomar la comunión el chico se puso a crecer, y en tres o cuatro años se hizo casi tan grande como su padre. Adquirió gravedad y solidez. La huida a las Pardinas le hizo abandonar el cuidado de su cuerpo, al salir, tras quince días, tenía barba y cojeaba. De pequeño sentía indignidad contra los búhos que mataban por la noche a los gatos extraviados. A los siete años era bastante revoltoso. La iglesia en Semana Santa le daba a Paco una impresión de misterio, y tenía sensaciones contradictorias muy fuertes. Cuando el cura llevó a Paco a dar la extremaunción a un enfermo que vivía en las cuevas, Paco quedó muy impresionado debido a la pobreza que allí había, y tenía deseos de obligar a todo el pueblo a visitar a los pobres y ayudarlos. No veía justo que cinco pueblos tuvieran que pagar al Duque por los arrendamientos de los pastos. Se sintió feliz al saber que los que habían salido en las elecciones eran contrarios al Duque y al sistema de arrendamientos de pastos, y por primera vez creyó que la política servía para algo. Cuando lo eligieron en el ayuntamiento se tomó muy en serio el problema de la pobreza que había en las cuevas. Confiaba totalmente en M.M. Pertenece a una familia con tierras aunque trabajaban de sol a sol. Siempre fue muy querido en el pueblo. A los siete años fue una especie de monaguillo suplente. De mayor tuvo fama de mozo atrevido. Decían que era el mozo mejor plantao del pueblo. La gente atribuía a Paco todas las arrogancias y desplantes a los que no se atrevían los demás. No era ni rico ni pobre, pero lo que tenía se lo debía a su esfuerzo. Quiso hacer justicia y resultó que, por enemistarse con los ricos, fue uno de los escarmentados. M.M: Quería a Paco como si fuese su hijo, pero no lo demostró, pues reveló a los señoritos el escondite de Paco, aunque había prometido no decírselo, y lo mataron. Sintió que se liberaba cuando dijo el escondite de Paco al centurión. No le gustaban los amuletos que solía poner la Jerónima en la cuna de los bebés. Se codeaba con gente rica y cuando iba a las cuevas siempre tenía prisa por salir de las casas de la gente pobre. Al sentirse culpable de la muerte de Paco, no quiso que nadie le pagara la misa por él. Le afectó mucho la noticia de que el rey había huido de España. Cuando vio a Paco en las tapias del cementerio, tras delatar su escondite y decirle que tendría juicio, sintió un gran desaliento. Aunque se sentía culpable de la muerte de Paco, se consolaba pensando que había vivido dentro de los ámbitos de la Iglesia, porque él mismo le había administrado todos los sacramentos. Era el cura del pueblo, y se llevaba mejor con la gente de clase media y alta, que con la gente pobre, pero también los más pudientes le aceptaban y respetaban más. Era una pieza esencial del orden de siempre, que pudo haber sido trastocado por la llegada de la democracia. Tras la restauración del viejo régimen, adquirió de nuevo todo su poder, arropado por los ricos del pueblo. Águeda: Era diligente y laboriosa. Le gustaba Paco, pero le daba una cierta inseguridad temerosa. Cuando se dieron palabra de matrimonio tenía más nervios que la suegra, y aunque se mostró humilde y respetuosa, no se entendían bien. Siendo la esposa de Paco, la gente la veía trabajadora y buena. ZP: Era pequeño y tenía anchas caderas. Le gustaba hacer reír a la gente. Se encontraba taciturno y reservado después de la noticia del rey. Estaba nervioso y desorientado en los días en que se estaba negociando con el Duque. No era ni amigo ni enemigo de nadie, aunque con todos hablaba. Primero estaba contra el Rey, y luego en contra de los republicanos, cuando llegaron al ayuntamiento. Le atribuyeron ser espía de Rusia, aunque no sabían que país era ése. Posiblemente fuera por creerle comunista. La Jeronima: Era muy cotilla, y de todo lo que se enteraba exageraba al contarlo en el Carasol. Confiaba en los amuletos. Veía con malos ojos al nuevo médico que había en el pueblo cuando nació Paco. Cuando murió el zapatero se sintió culpable. Luego, tras el episodio del Carasol, volvía allí a gritar y a contar los agujeros de las balas. Era partera, saludadora y ensalmadora. Estaba soltera, pero decía que tuvo a todos los que se le antojó. Don Valeriano: Tenía la frente estrecha y los ojos huidizos. El bigote le caía por los lados. Vestía como los señores de la ciudad, pero en el chaleco llevaba más botones que de ordinario, y una gruesa cadena de oro con varios dijes colgando, que sonaban al andar. Se propuso ser conciliador y razonable cuando Paco fue a su casa a hablar de lo del Duque. Le molestó las confianzas que se tomó Paco cuando fue a negociar a su casa. Se irritó porque Paco dudo de que el Duque tuviera los papeles de los montes. Le atribuyó a Paco insultos y amenazas que no había hecho. La fe religiosa de don Valeriano se fue debilitando poco a poco, y culpaba a Dios de lo que pasaba y del desorden que había traído la república. Era uno de los más ricos del pueblo. Creyó que la elección en la aldea era ilegal y consiguió que la repitieran. Era el administrador del Duque y fue uno de los que más influyó en el desdichado fin de Paco. Los señoritos, tras quitar al alcalde elegido, le dieron el puesto. Gumersindo: Era un poco más alto que los otros ricos del lugar. Iba vestido de negro, y fumaba. Tenía unas botas que, por las pisadas, las conocía todo el pueblo. Hablaba continuamente de su propia bondad, y de lo desagradecidos que eran los demás. Debido a su sentimiento de culpabilidad, quiso pagar la misa de Paco. Era rico y creído. Pensaba que hacía el bien y que los demás no se lo hacían a él, ni siquiera se lo agradecían. Castulo: Tenía apariencias simples, ojos fríos y escrutadores. También quiso pagar la misa de Paco, para reconciliarse con su sentimiento de culpa. Estaba a dos bandas, según le parecía mejor, aunque quiso llevarse bien con Paco desde que era joven. Se rió cuando supo que habían ametrallado a las mujeres del carasol. Salió fiador del padre de Paco ante los señoritos asesinos. Tenía coche porque era uno de los ricos. El coche lo puso al servicio de Paco en su boda y en su último paseo a las tapias del cementerio. Los otros ricos no se fiaban de él. La Jerónima afirmaba que por la mujer del don Cástulo habían matado al zapatero. Señoritos: Rasurados y finos, con vergas y pistolas, posiblemente jóvenes y de capital. Partidarios del viejo orden en el pueblo, de los derechos del Duque, y de la ley y el orden de siempre. Respetaron a los ricos y al cura, mataron a los cargos electos y a las mujeres del carasol. Don Valeriano, el nuevo alcalde puesto por ellos, era el que les decía a quién tenían que matar. No obstante, eran piadosos, porque eran capaces de llamar al cura para que diese los sacramentos antes de asesinarles. Actuaban sobretodo por la noche, sacando a los que creían contrarios a sus ideas y matándolos en los alrededores del pueblo. Educados y cultos, son los únicos extranjeros en el pueblo, además del Duque. Tenían disciplina militar y el que mandaba era el centurión. Venían a impartir justicia contra el pueblo.
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