Portada » Historia » 5.1. Los reinos cristianos en la baja edad media: organización política e instituciones en el reino de Castilla y en la Corona de Aragón.
Aunque la conquista árabe de la Península y la formación de Al´Andalus se inscriben en el proceso general de expansión del Islam, la muerte de Witiza en 710 sin haber asociado a nadie al trono produjo un enfrentamiento entre los nobles visigodos. La familia de Witiza nombró a un sucesor (Akhila) que no fue aceptado por el resto de los nobles, que nombraron como rey a Rodrigo. Para combatirle, los witizanos pidieron ayuda a los musulmanes recién establecidos en la antigua Mauritania (Norte de África).
En 711 Musa envió un contingente de 7.000 soldados bereberes, dirigidos por Tariq, que desembarcó en Gibraltar. Reforzado con otros 5.000 soldados, unos meses más tarde se enfrentó a Rodrigo, junto al río Guadalete, batalla que terminó con la derrota y desintegración del ejército visigodo, según la leyenda, por la deserción de los partidarios de los hijos de Witiza.
Tariq persiguió a los restos del ejército visigodo para impedir su reorganización y el reino visigodo se derrumbó sin oponer apenas resistencia. En pocos meses los musulmanes conquistaron Córdoba, Sevilla y Toledo. Para entonces, el gobernador Musa había desembarcado con otros 12.000 soldados, esta vez árabes en su mayoría, y entre 712 y 714 ocuparon las principales ciudades visigodas, que en su mayoría se rindieron sin oponer resistencia, consolidando su dominio de toda la parte sur peninsular hasta Zaragoza.
La rapidez con que se realizó la conquista se debió a que los propios dirigentes visigodos prefirieron someterse mediante pactos de capitulación, por los que conservaban su patrimonio territorial a cambio de acatar la nueva autoridad. Sólo algunos nobles optaron por huir hacia el Norte, abandonando sus propiedades.
Además, para la mayoría de los campesinos hispanos la invasión no suscitó alarma ni resistencia, pues vieron en los musulmanes a unos liberadores de la dependencia y abusos de los nobles godos e, incluso, les librarían de impuestos si se convertían al Islam. También la minoría judía apoyó a los musulmanes, dada la persecución que venía sufriendo bajo la monarquía visigoda.
El intento de los árabes de expandirse más allá de los Pirineos (frustado tras la derrota de Poitiers en 732) fue aprovechado por los nobles visigodos refugiados en la zona asturiana para rechazar un ataque bereber en Covadonga, hacia 722, y fundar a partir de ese hecho el reino astur. Desde ahora, los árabes renunciarán a continuar su expansión.
Emirato
Córdoba se convirtió en la capital de Al´Andalus, provincia del Imperio Islámico, dirigida por un emir o valí (gobernador) que dependía del califa de Damasco. Y pronto surgieron las rivalidades internas entre los invasores: Entre los árabes –casta dominante- de origen yemení y los de origen sirio, y entre los árabes y los bereberes.
Los árabes se instalaron en las ciudades del sur, como Sevilla o Córdoba y dirigían la explotación agrícola mediante contratos de aparcería (que se firmaba entre el propietario y quien trabajaba la tierra, y por el cual ambos participaban de los productos de la misma). Los de origen yemení se asentaron en el SOE de Andalucía (desde Málaga al Algarbe), y los de origen sirio en la franja que va desde Mérida a las montañas de Levante.
Los bereberes procedían de la Berbería (Marruecos, Argelia, Túnez, Libia), la antigua Mauritania romana, eran soldados sin graduación, hombres del campo y pastores. Fueron instalados en las regiones más frías del norte. Se distribuyeron a lo largo de los valles del Duero y del Ebro, convertidos desde el principio en una zona de frontera en la que el dominio andalusí fue más débil.
La posición subordinada de los bereberes, que obtuvieron los peores lotes de tierra, provocó su rebelión en 741. Los árabes la sofocaron y expulsaron a buena parte de la población bereber al norte de África, dejando despoblada la zona NOE peninsular bajo dominio musulmán.
En 750 el golpe de estado que da la familia de los Abasíes en Damasco destrona a los Omeyas, reinantes hasta entonces. Uno de los supervivientes, Abd al-Rhaman, se refugió en el norte de África y con la ayuda de partidarios de los Omeyas derrotó al emir de Córdoba, ocupó la capital
y se proclamó emir independiente de Bagdad (nueva capital del Imperio islámico), aunque respetando la autoridad religiosa del califa.
Tras la caída del califato en 1031 y durante sesenta años, Al´Andalus permaneció dividida en 26 nuevos reinos independientes, dominados por familias destacadas de las diferentes etnias árabe, bereber y eslava
Los taifas eslavos dominaron la zona levantina y las Baleares; los bereberes se hicieron con la costa andaluza, entre Granada y Algeciras, y siguieron ostentando títulos de califa; y familias de la nobleza árabe y muladí controlaron el resto de Al´Andalus, incluyendo las zonas fronterizas.
Los reinos de taifas gozaron de una cierta prosperidad económica, que se reflejó en el ámbito cultural construyendo grandes palacios como la Aljafería de Zaragoza, y promoviendo las letras y las ciencias. Pero detrás de este esplendor estaba la debilidad política y militar, que les impedía hacer frente a los reinos cristianos o imponerse a los demás taifas. Por eso, muchos taifas prefirieron pagar parias (tributos) a cambio de treguas, o recurrieron a la ayuda de los reinos cristianos que, a cambio, pidieron compensaciones económicas. Esta situación produjo un flujo de riqueza continuo hacia el norte, a la vez que una fuerte subida de impuestos en los territorios andalusíes, que fue aumentando el descontento de la población.
De los enfrentamientos entre taifas surgieron dos predominantes: Zaragoza y Sevilla. El reino de Sevilla logró dominar la práctica totalidad de los territorios al sur del Tajo y de la zona del Guadalquivir, pero no pudo impedir la caída de Toledo en manos de Alfonso VI de León y Castilla en 1085, tras lo que todos los taifas fueron sometidos al pago de parias por León y Castilla. El impacto fue enorme: además del considerable avance territorial, hasta el Tajo, estaba la importancia simbólica de la vieja ciudad visigoda y, para los árabes, la pérdida de la zona fronteriza intermedia.
Ante esta situación, los reyes de Sevilla y El Algarve llaman en su auxilio a los almorávides –imperio norteafricano bereber que profesaban los principios más estrictos del Islam-, que desembarcan en Algeciras y derrotan a Alfonso VI en Sagrajas (Badajoz) en 1086, frenando momentáneamente la expansión cristiana. Tras ello, conquistaron todo el territorio andalusí, estableciendo su poder en la ocupación militar. Pero el dominio almorávide duró poco.
En 1118 Alfonso I de Aragón conquistó Zaragoza y tanto él como el rey de Castilla, comenzaron a hacer incursiones hacia el sur, capturando campesinos mozárabes y llevándolos al norte para repoblar las tierras recién conquistadas. La incapacidad almorávide para hacer frente a los cristianos provocó su caída hacia 1144.
Nuevas tribus bereberes, los almohades, sustituyeron a los almorávides en el norte de África y entran en la península en 1146. Durante veinte años algunos territorios se resistieron, lo que ha dado lugar a hablar de unas segundas taifas, que tuvieron que ser vencidas una a una por los ejércitos almohades, hasta que en 1172 cayó la última taifa, Murcia.
Hasta 1195 los almohades consiguieron mantener la unidad andalusí y frenar el avance cristiano. Pero cuando en 1212 una coalición de reinos cristianos derrotó a los musulmanes en las Navas de Tolosa, el descontento popular, la falta de soldados y la presión fiscal hicieron que el poder almohade se deshiciera en luchas internas y frente a las tribus andalusíes.
Entre 1223 y 1248 la ofensiva cristiana fue definitiva. Sólo un territorio consiguió sobrevivir: el reino nazarí de Granada, que consiguió que Fernando III de Castilla le admitiera como vasallo y aceptara la soberanía del reino de Granada (Granada, Málaga y Almería), que se convirtió en el último reducto árabe en la península. A cambio, Granada aceptó pagar un fuerte tributo y ayudar al rey castellano a la conquista de Sevilla y de la zona sur del valle del Guadalquivir.
Románico, feudalismo e Iglesia son el trasfondo social y los agentes culturales en este periodo, sobre todo la Iglesia, que imprimió un sello decisivo a todas las manifestaciones culturales que fueron, fundamentalmente, religiosas y basadas en una visión del mundo teocéntrica. Además, la situación de los reinos cristianos peninsulares, entre el Islam y la cristiandad, les hizo desempeñar el papel de transmisores culturales entre ambos, con la que participación de los judíos. De ahí que se hable de la Península como un espacio de convivencia de las tres culturas.Sin embargo, la cultura de los reinos cristianos fue siempre minoritaria. La gran mayoría de la población era analfabeta e, incluso, de los que sabían leer y escribir eran pocos los que se dedicaban a actividades de tipo intelectual. Ésta estaba en manos de la Iglesia, tanto porque necesitaba los textos para difundir su doctrina, como por ser la religión cristiana la base de la ideología dominante.Durante casi todo el periodo de expansión de los cristianos, la producción literaria estuvo en manos de los clérigos y se desarrolló en los grandes monasterios, donde los monjes copiaban los libros para su difusión. En los reinos occidentales la influencia mozárabe fue decisiva a la hora de seleccionar los libros que debían circular: predominaron los textos de los primeros padres de la Iglesia y de los escritores visigodos.En el Pirineo oriental el influjo más notable fue el carolingio. Por eso allí se impusieron rápidamente el rito romano y la letra carolina, y se copiaron los libros clásicos para aprender latín. Y en el Pirineo occidental el camino de Santiago, convertido en una de las rutas de peregrinación más importantes de la cristiandad, fue un elemento fundamental para el desarrollo cultural y económico del norte peninsular. A través de él llegaron las innovaciones del resto del continente, nuevas órdenes religiosas (císter en el XII, dominicos y franciscanos en el XIII) y el estilo románico y gótico en arquitectura.Si el latín siguió dominando en los textos oficiales y en la producción eclesiástica, a partir del siglo XI comenzaron a difundirse las lenguas romances (castellano, gallego, catalán), primero entre la población y después en la producción literaria. Los textos más antiguos datan de este siglo:
Las Glosas Silentes y, poco después, en el siglo XII el poema del Mío Cid.
La conquista de Toledo significó un cambio importante en el conocimiento de la cultura árabe, al iniciarse una amplia labor de traducción de los textos musulmanes y judíos al latín. Particular interés tenían los conocimientos árabes sobre astronomía, álgebra y medicina. Esta labor se multiplicó en la segunda mitad del siglo XIII, cuando Alfonso X organizó la Escuela de Traductores con el fin de transcribir la mayor cantidad de textos, no sólo al latín, sino también a las lenguas romances, y de extender su utilización también a la prosa literaria y al derecho. Las Cantigas de Santa María o las Partidas son buenos ejemplos de ello.En el siglo XIII se fundan, como en el resto de Europa, las primeras universidades. En 1212 se crea el Estudio General de Palencia, más tarde trasladado a Valladolid. A ella se sumaron en 1218 la Universidad de Salamanca y en 1254 la de Sevilla. En ellas el control de la enseñanza estaba en manos de la Iglesia, y el latín y el método escolástico eran los instrumentos de aprendizaje esenciales.
En el siglo XIII fue decisivo el desarrollo de la cultura catalana. En ella destaca la figura de Ramon Llull, una de las figuras más importantes de la literatura y de la ciencia medievales.
Tras la muerte de Fernando, en 1516, Carlos de Habsburgo (1500-1558) fue proclamado rey de Castilla y de Aragón, con sus territorios en Italia, África y América.
La herencia por vía materna de su padre, Felipe el Hermoso (Franco Condado, Países Bajos y Luxemburgo) ya había pasado a su poder en 1515 y, en 1519 al morir su abuelo Maximiliano de Austria, heredó sus posesiones en Alemania y Austria, además de los derechos al título de emperador del Sacro Imperio.
Cuando Carlos I llegó a la península en 1517, no conocía el castellano y venía acompañado de consejeros flamencos que ocuparon los más importantes puestos en la corte y en la iglesia; lo que dificultó su aceptación por los castellanos por los aragoneses.
Cuando en 1519 murió Maximiliano de Austria, Carlos convocó cortes para obtener nuevos impuestos que le permitieran viajar a Alemania y ser nombrado emperador. El malestar fue general y los castellanos recordaron al rey su obligación de residir en el reino y de respetar sus leyes. El descontento creciente devino en la sublevación de las Comunidades de Castilla (1520). La mayor parte de las ciudades de la zona central del reino (comunidades de villa y tierra) se rebelaron contra la autoridad del monarca, reivindicando una mayor participación de las cortes en el gobierno, la limitación de consejeros extranjeros en la provisión de cargos y la prohibición de salida del reino del oro y la plata americanos y de la lana castellana.
La revuelta tuvo en principio un carácter político, pero según iba extendiéndose fue tomando un cariz social y antiseñorial que impulsó a la nobleza a apoyar al emperador. Juntos consiguieron la derrota de los sublevados en Villalar (1521), restableciéndose la autoridad imperial, que no volvió a ser cuestionada en Castilla, convirtiéndose en el principal soporte del Imperio.
Casi al mismo tiempo se produjo en Valencia y Mallorca la revuelta de las Germanías (1519-1522). Conflicto de carácter social que enfrentó, por un lado, a la burguesía urbana (artesanos) y a la nobleza por el control de las ciudades de realengo y, por otro, a campesinos -que exigían la abolición de la jurisdicción señorial y los impuestos feudales- y a la nobleza. En 1522 los nobles, con el apoyo de las tropas imperiales derrotaron a los sublevados.
Ambos conflictos reforzaron la monarquía, supeditando a las cortes castellanas y reafirmando las relaciones entre el rey y la nobleza y las oligarquías urbanas. A cambio Carlos permanecerá siete años en Castilla y se casará con Isabel de Portugal, para mostrar la continuidad de la política de los Reyes Católicos.
La organización institucional de los Austrias mantuvo básicamente la estructura que habían creado los Reyes Católicos, rodeándose de una administración profesionalizada que se incrementó, sobre todo, con Felipe II.
La monarquía era la cúspide de todo el sistema (defensora de la seguridad de sus territorios y guardián de las almas de sus súbditos) y lazo de unión de los reinos, que siguieron manteniendo sus propias instituciones y legislación. Pero la evolución autoritaria de la monarquía produjo una continua tensión institucional: el soberano era uno, con una única política exterior y de defensa, pero los territorios de su soberanía eran muchos y variados.
El gobierno lo ejercía el rey apoyado en un sistema polisinodial o de consejos, organismos especializados de gobierno (consejos territoriales) y asesoramiento (consejos temáticos). El sistema fue creciendo conforme se expandía territorialmente la monarquía, aumentando el poder de los secretarios reales, que informaban al rey de las deliberaciones de los consejos, el más importante era el secretario de Estado
Las principales innovaciones fueron el aumento del número de consejos y la creación en 1526 por Carlos V de un consejo de Estado, con competencias en política exterior y en los temas políticos más importantes para la monarquía. Formado por especialistas y presidido por el rey, se situó a la cabeza de todos los demás consejos, que quedaron subordinados a él.
Las Cortes continuaron siendo territoriales, pero su importancia fue disminuyendo y su convocatoria menos frecuente.
Los ingresos de la corona procedían de los impuestos que pagaba Castilla, los subsidios votados en Cortes y los ingresos de las Indias. Uno de los problemas más graves de la administración de los Austrias era la venalidad de los cargos (su venta a particulares), que contribuyó a degradarla.
Durante el siglo XVI en la Península Ibérica se produjo una etapa de crecimiento demográfico y económico:
_ El crecimiento demográfico fue general, aunque más pronunciado en Castilla que en Aragón.
Se produjo un cambio en la distribución de la población: las ciudades del norte de Castilla entraron en cierta decadencia, al hundirse la exportación de lana y los negocios financieros tras la rebelión de Flandes. Mientras, las ciudades del sur y de la costa crecieron gracias al comercio con América. En Aragón no hubo cambios sustanciales, las capitales de los reinos siguieron acumulando un porcentaje importante de la población.
_A lo largo de los dos primeros tercios del siglo se produjo un importante desarrollo económico en Castilla sobre todo, pero también en Aragón, basado en la producción de mercancías, el comercio internacional y la actividad portuaria entre otras, debido al aumento de la demanda, tanto en la Península como en América.
Desde el inicio de siglo se produjo en toda Europa, pero más acusado en la Península, un alza continuada y sostenida de los precios (revolución de los precios), producto de la llegada de metales preciosos de América.
_ Desde mediados de siglo comenzaron a aparecer síntomas de la crisis al inundarse el mercado de productos extranjeros, más baratos que los castellanos. Esta situación, junto con la subida de salarios y la presión fiscal creciente hizo que muchos castellanos invirtieran su dinero en deuda del estado o en vivir de las rentas, y las empresas comenzaron a tener pérdidas.
Además, las guerras en Europa dificultaron los negocios. La rebelión de Flandes hundió las exportaciones de lana y arruinó a los comerciantes burgaleses; y la piratería provocaba pérdidas a los armadores y negociantes sevillanos y valencianos, llevando a muchos a la quiebra.
La política europea de Felipe II y el endeudamiento de la Hacienda real a pesar de las cargas impositivas en continuo aumento, terminaron de abocar a Castilla a la recesión económica a finales de siglo.
Dos rasgos son significativos de la sociedad española en el siglo XVI: La progresiva intolerancia religiosa e ideológica y la hidalguización de la sociedad.
Producto de la difusión del protestantismo, en España se consolidó la separación entre cristianos viejos y cristianos nuevos y se extendió la obsesión por la limpieza de sangre.
Además, se pasó de una apertura ideológica durante el reinado de Carlos V a otra de cierre y aislamiento de los reinos peninsulares hacia las ideas que llegaran de Europa. En este sentido la actuación de la Inquisición fue decisiva, al fomentar el miedo.
La hidalguización (la obsesión por la hidalguía, acceder o mantenerse en ella) supuso el desprestigio de las actividades artesanales y comerciales, estimadas incompatibles con el honor de un hidalgo.
El tiempo que transcurre entre mediados del siglo XIII y el último cuarto del siglo XIV, en la Península, se caracteriza por ser una etapa de crisis. A los síntomas de agotamiento en la expansión que ya habían aparecido en el siglo XIII, se añadieron en el siglo XIV los efectos combinados de las malas cosechas, las epidemias y las guerras internas que sumieron en el estancamiento, cuando no en el retroceso, a las debilitadas economías peninsulares. El siglo XV será un periodo de recuperación y crecimiento, salvo en Navarra y en Cataluña, en donde la grave crisis económica y social se mantendrá hasta principios de la Edad Moderna.
Crisis demográfica
A finales del siglo XIII la producción agraria no alcanzaba para abastecer a la población, y varios años de malas cosechas dieron lugar a la carestía y al hambre, que conllevaron la debilidad de la población ante la epidemia de peste negra de 1348.
Penetrando por Mallorca, se transmitió a la fachada levantina, desde donde se propagó al interior. Las sucesivas oleadas de la peste diezmarían la población, sobre todo en Cataluña.
Las fechorías de los señores, el bandidaje de los hidalgos, las revueltas campesinas y las guerras (entre Castilla y Aragón, civil en Castilla y, ya en el XV, la guerra civil de Cataluña) terminaron de mermar los efectivos demográficos.
La recuperación demográfica se empezó a notar desde 1420 en algunas regiones. Hacia 1480 la población peninsular había pasado a estar en torno a 4.900.000 habitantes (de 5.000.000 que tenía a finales del siglo XIII), siendo la región más afectada Cataluña, que había perdido la mitad de la población.
La salida de la crisis supuso la preponderancia de Castilla, debido a su pronta recuperación demográfica. Aunque se redujo el número de núcleos urbanos, aumentó la población urbana. El desarrollo urbano será una característica decisiva del siglo XV, salvo en Cataluña.
Crisis económica
En una agricultura apenas evolucionada, la reducción de la población a que dio lugar la peste negra desencadenó una crisis económica, que se manifestó en el aumento de los despoblados (que dejó en manos de los señores abundantes tierras), el retroceso de los cultivos y el desequilibrio entre precios y salarios. Lo que supuso la caída de las rentas señoriales.
La recuperación agraria del siglo XV, unida a la recuperación demográfica, se manifestó en la nueva puesta en explotación de las tierras abandonadas y en la adaptación de las producciones a las necesidades de las ciudades y las exigencias del comercio internacional, de acuerdo con los intereses de los señores y de ricos burgueses de las ciudades: auge de la ganadería en Castilla, extensión del viñedo, los arrozales y la caña de azúcar, y desarrollo del comercio (con la lana castellana, los tejidos catalanes, el hierro cantábrico, el pescado andaluz y la construcción de navíos).
Crisis social y política
La crisis demográfica del siglo XIV tuvo una gran repercusión en la nobleza. El abandono de tierras significó la disminución de sus rentas, lo que les llevó a incrementar la presión sobre sus vasallos, haciendo crecer el descontento campesino. Por otro lado, muchas familias nobles vieron dispersas sus propiedades entre sus numerosos herederos.
La nobleza reaccionó en Aragón exigiendo a los reyes medidas que garantizaran sus privilegios, mientras que en Castilla surgieron luchas entre los linajes y con la corona, lo que debilitó el poder real que cedió no sólo tierras y rentas, sino también el señorío jurisdiccional sobre esas tierras a la nobleza; y muchos fueron cedidos en régimen de mayorazgo –el derecho de ceder en herencia al primogénito el título y la mayor parte de los bienes de la casa nobiliaria-.
Así, el señorío jurisdiccional se convirtió en la principal fuente de poder económico y político de la aristocracia. Este proceso fue más intenso en la región entre el Duero y el Tajo y en el valle del Guadalquivir.
Paralelo al proceso de señorialización se produjo una intensificación de la explotación feudal, dando lugar a importantes rebeliones sociales en Castilla y en Aragón: Las guerras irmandiñas en Castilla en 1431 y en 1467-1469; el movimiento de los payeses de remença entre 1462-1473 en Cataluña, los forans en Mallorca (1451-1455) y los conflictos en Barcelona entre la oligarquía y los sectores populares (1462-1472).
Terminada la expansión peninsular y asegurado el control sobre las Baleares, la Corona de Aragón inicia su expansión por el Mediterráneo, con el objetivo de dominar económica y militarmente el Mediterráneo occidental para consolidar y ampliar el pujante comercio catalán y, en menor medida, el valenciano y balear.
Así, Pedro III el grande (1276-1285) inicia la expansión aragonesa con la oposición de Francia, Génova y Venecia, y van incorporando:
* En 1302 Sicilia, tras responder a la petición de ayuda de los sicilianos en su rebelión contra el rey Carlos de Anjou (1282).
* En 1311- 1319 los ducados de Atenas y Neopatria, con las compañías de almogávares (mercenarios de la Corona de Aragón, con Roger de Flor al frente) licenciadas tras el final de la guerra en Sicilia y que se mantendrían independientes pero feudatarios del reino de Aragón hasta 1390.
* En 1344 Aragón recupera el Rosellón y la Cerdaña, separados de la corona de Aragón , en 1276 con la creación del reino de Mallorca.
* En 1420 Cerdeña, en alianza con Venecia y en oposición a Génova.
* Y en 1443 Nápoles, que se incorporará a la Corona de Aragón en 1503.
A la vez, los aragoneses conseguirán el control militar y comercial sobre los estados musulmanes del norte de África.
EL inmenso esfuerzo militar y económico implicó las continuas demandas de apoyo económico a los estamentos privilegiados y que el rey aragonés tuviera que supeditarse a los intereses nobiliarios (monarquía pactista), a la vez que extendían la representación política y comercial aragonesa mediante los Consulados en las principales ciudades de la cuenca mediterránea.
Se traficaba con especias de Oriente a través de los puertos egipcios y con oro y esclavos del norte de África, y vendían tejidos y armas. Así, ciudades comerciales como Barcelona fueron creciendo por el empuje de una burguesía rica e inversora, convirtiéndose en el motor económico de la corona de Aragón.
La crisis del siglo XIV, la rivalidad con Génova, el desplazamiento de la importancia estratégica del norte de África, tras el control del estrecho de Gibraltar por Castilla (1340), y la nueva competencia de los castellanos, italianos e ingleses llevan a la crisis económica y a la quiebra a finales del siglo XIV. En 1388 se pierde el ducado de Atenas y en 1399 el de Neopatria. En el siglo XV la crisis se agudizará , complicada con conflictos sociales y políticos.
Tras la conquista del valle del Guadalquivir (XIII) y el control del estrecho de Gibraltar (1340), Castilla configuró dos polos mercantiles, el norte de Burgos y los puertos del Cantábrico y Sevilla, estratégicamente situada entre el Atlántico y el Mediterráneo.
El predominante interés castellano por el Atlántico chocó con el expansionismo portugués en la misma zona, orientando ambos sus aspiraciones hacia la costa africana y hacia los archipiélagos atlánticos.
Portugal conquista Ceuta en 1415 (que pasó a España con Felipe II) y entre 1420 y 1440 ocupa los archipiélagos de Madeira y de las Azores.
En 1402, Juan de Bethencourt y Gadifer de la Salle inician la conquista de las Canarias, sometiendo Lanzarote, Fuerteventura y Gomera y Fernán de Pedraza conquista El Hierro en 1447. Todas, por vía de venta o de herencia, quedaron en manos de señores andaluces.
Pero el intento de conquistar La Palma, Gran Canaria y de Tenerife supuso duras derrotas frente a los guanches y una fuerte competencia con los portugueses, que consideraban que las Canarias estaban en su zona de influencia.
En 1478, a iniciativa de los Reyes Católicos, se inicia la segunda etapa de la conquista de Canarias. Las Canarias fueron objeto de disputa entre Portugal y Castilla hasta el Tratado de Alcaçovas de 1479, en que Portugal reconoció la soberanía de Castilla sobre el archipiélago, al aceptar los derechos de Castilla sobre la costa africana al norte del cabo Bojador.
En 1484 Pedro de Vera conquista Gran Canaria y Alonso Fernández de Lugo La Palma en 1493 y Tenerife en 1496, tras cuatro duras campañas.
En 1468, Enrique IV cedió a la presión de la nobleza castellana y nombró heredera a su hermanastra Isabel. Un año después Isabel se casó con Fernando, heredero al trono de Aragón, que veía en el matrimonio del heredero con Isabel la posibilidad de hacer frente a la amenaza que suponía Francia para sus intereses mediterráneos (la Cataluña francesa, Nápoles y Sicilia).
En 1474, tras la muerte de Enrique IV, Isabel se proclamó reina de Castilla desencadenando una guerra civil hasta 1479 entre los partidarios de su sobrina, Juana, (alta nobleza con el apoyo de Portugal y Francia) y los suyos (parte de la alta nobleza y las ciudades). El mismo, Fernando accede al trono de Aragón, tras la muerte de su padre Juan II.
La monarquía de los Reyes Católicos se constituyó sobre la unión personal de los monarcas, pero manteniendo cada reino sus propias leyes e instituciones. Es lo que se denomina unión dinástica.
En 1475 Isabel y Fernando firmaron la Concordia de Segovia, en la que fijaron el sistema de gobierno:
– En Castilla, ambos monarcas tenían capacidad de decisión, pero Fernando era Rey consorte. Isabel se reservaba los derechos sucesorios.
– En Aragón, al ser una monarquía pactista, reinaba sólo Fernando, que en 1481 concede a Isabel la corregencia.
El centro de la monarquía unida basculó en seguida hacia Castilla, más extensa y poblada, con mayor dinamismo económico y con menos oposición al intervencionismo regio.
La política institucional de los RR.CC. se orientó a crear una monarquía autoritaria y fuerte sometiendo a los otros grandes poderes de la nobleza, la Iglesia y las ciudades. Su actuación fue mucho más efectiva en Castilla -donde pudieron aplicar una política autoritaria y centralizadora- que en Aragón, donde perduraba el pactismo y las instituciones forales imponían restricciones a la actuación de los reyes.
El fortalecimiento del poder de la Corona fue evidente desde el comienzo mismo del reinado. Los reyes ejercieron el poder personalmente, sin permitir ninguna desobediencia o cuestionamiento de su autoridad e introduciendo en la Corte un rígido ceremonial para marcar las distancias, realzar la imagen real y subrayar la superioridad de la monarquía. A este protocolo, se añadió la propaganda de cronistas e historiadores, dedicados a ensalzar y difundir la acción política de los reyes. La misma función tuvo el amplio programa de construcciones benéficas: hospitales, iglesias, conventos y monumentos conmemorativos.
Además, los reyes supieron rodearse de colaboradores leales y con una formación política y técnica considerable, como Hernando de Talavera, el cardenal Mendoza o el cardenal Cisneros.
Los reyes lucharon para obtener de Roma la máxima independencia en la dirección de las iglesias de sus reinos. A partir de 1486 el papa otorgó a la Corona española el derecho de proponer (patronato regio) a los titulares de los obispados de sus reinos y a quedarse con un tercio de los diezmos que recaudaba la iglesia; a cambio, impulsaron la reforma del clero español, poniendo al frente de la iglesia a prelados con amplia formación y capacidad.
La modernización del Estado estuvo estrechamente relacionada con el refuerzo del poder real. En Castilla, los reyes consiguieron un importante incremento de los ingresos fiscales, que les permitió actuar con mucha mayor libertad, pudieron organizar un ejército permanente, rápido de maniobra y bien dirigido, elemento esencial de su expansión territorial.
La forma de gobierno de los Reyes Católicos giró en torno a los Consejos. Proliferaron los Consejos, que podían ser: territoriales o de gobierno, Consejo de Castilla – cúspide del gobierno, la administración y apelación por encima de las Chancillerías-, Aragón, Navarra; o Consejos asesores: sobre temas específicos: Inquisición (1478), Órdenes Militares (1495), Cruzada (1509).
Los RR.CC. reorganizaron el Consejo Real de Castilla (1480) para hacer de él el principal órgano de gobierno. Se profesionalizó la institución introduciendo funcionarios con formación jurídica. Aunque nobles y eclesiásticos siguieron formando parte del Consejo, perdieron protagonismo. Sus funciones eran muy amplias (tribunal supremo y órgano asesor de la reina en todas las cuestiones).
Existían otros consejos, como el de Aragón o el de la Inquisición (1478), que era el único consejo común a todos los reinos.
Crearon nuevos cargos, como los secretarios reales, expertos en leyes que actuaban de interlocutores entre los consejos y los reyes, o el virrey, representantes del rey en los territorios en los que éste no se hallaba presente.
Se redujo el papel de las Cortes de Castilla (muy importantes hasta 1480), disminuyendo las ciudades con representación en Cortes, espaciando sus reuniones y
traspasando algunas de sus funciones a los consejos. Solamente se convocaban para jurar heredero o para aprobar subsidios extraordinarios.
Para el control efectivo del territorio se revitalizó la figura del corregidor, puesto de designación real que gobernaba las ciudades con competencias administrativas, judiciales y militares, limitando la autonomía de los municipios y el poder de las oligarquías locales, y en 1476 se reactivó una vieja institución medieval, la Santa Hermandad, que se convirtió en un cuerpo de vigilancia rural para reprimir la delincuencia y garantizar el orden. Pero, también, La Santa Hermandad proporcionó cuantiosos ingresos a la Corona, por la fuerte contribución que pagaban las ciudades para mantenerla.
Se reorganizó el sistema judicial escalonando la importancia de los tribunales: los corregidores en los municipios, las Chancillerías o Audiencias en las regiones (Valladolid y Ciudad Real, luego Granada) y el Consejo Real de Castilla.
En la Corona de Aragón las reformas tuvieron menos importancia. Se introdujo la figura del virrey en cada uno de los reinos, y se modificó el sistema de elección de cargos en los ayuntamientos (insaculación). Pero la introducción de la Inquisición reforzó el poder real.